Los cubanos aún están lejos de asimilar el impacto que provocará la noticia de que acaban de perder el privilegio migratorio que desde 1995 les permitía llegar a Estados Unidos sin visa y, gracias a la Ley de Ajuste Cubano –que aún está vigente–, obtener residencia permanente un año y un día después de su arribo.
La única condición era que lograran pisar tierra firme estadounidense, porque si eran interceptados en el mar, debían ser repatriados. Era la polémica política ‘pies secos, pies mojados’, derogada desde el jueves pasado por el gobierno de Barack Obama, como parte del proceso de normalización de sus relaciones con Cuba. Esto, a escasos días de entregarle el poder a Donald Trump.
Washington también dejó sin efecto un programa especial para los médicos cubanos que les permitía solicitar asilo a las autoridades de EE. UU., sin importar el país donde se encontraran.
Si bien se cree que derogar esta polémica política es una concesión –una más– que Obama hace al régimen de Raúl Castro, también es fruto de un clamor de los países de la región, que vieron cómo, desde cuando La Habana y Washington comenzaron a normalizar relaciones, miles de inmigrantes cubanos empezaron a cruzar el continente con la esperanza de llegar a una frontera estadounidense antes de que, como se temía, Obama cerrara el grifo.
Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua y México, entre otras naciones, vieron desarrollarse crisis humanitarias por la llegada descontrolada de cubanos en su periplo hacia el norte, tanto que tuvieron que diseñar planes especiales de ayuda y contención y puentes aéreos para facilitar su llegada, en una solución desesperada pero también insostenible.
Y así como se han escuchado las expresiones “Obama nos jodió”, en particular de quienes ya habían empezado su viaje hacia EE. UU. por la incertidumbre del futuro, y de otros que aseguran que el mandatario les dio la espalda porque “Cuba es una dictadura donde no existen las mínimas garantías democráticas”, otros, incluso en La Habana del exilio, dejan escuchar su voz en el sentido de que la medida permitirá que finalmente los cubanos, cansados de lo que pasa en su país, asuman la lucha por la libertad internamente y no huyan esperando que en Miami se les arregle la vida.
Es la misma ambivalencia que maneja el régimen de Castro, porque si bien es cierto que pedía la derogatoria de dicha política por el estímulo a la emigración irregular, por los muertos que ocasionaban los riesgosos viajes, por el secuestro de naves y aeronaves, por el descrédito internacional hacia su modelo y por las desestabilizadoras crisis migratorias desatadas en la región, también constituían una válvula de escape de la dramática situación dentro de la isla, por el envío de remesas, por la salida de valiosos líderes opositores y porque también facilitaba la siembra de espías dentro de la comunidad de exiliados en la Florida.
No se sabe qué pasará en este tema con la llegada de Trump, pero lo que sí es claro es que estas políticas son fruto de una era pasada, de la Guerra Fría, la cual, no obstante los numerosos cambios y avances, muchos se resisten a dejar atrás.
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