La tormenta perfecta parece estarse abatiendo sobre el gobierno del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, y eso que Donald Trump aún no ha llegado a la Casa Blanca.
Pero no todo es culpa de los trinos del magnate. A la caída estrepitosa del peso, que se desplomó a un mínimo histórico de 22,20 pesos por dólar luego de que el presidente electo anunció que sigue con su idea de construir un muro en la frontera, que hará pagar a los mexicanos, y de otros anuncios de medidas proteccionistas que han generado pavor en los mercados, se sumó el alza de entre el 14 y el 20 por ciento de la gasolina con el fin de paliar los efectos causados por el descenso de los precios internacionales del petróleo, que ha golpeado a casi todas las economías exportadoras de hidrocarburos.
Dice Peña Nieto que el aumento es la única forma de no sacrificar importantes programas sociales que benefician a millones de personas de las clases menos favorecidas, pero la realidad es que los mexicanos estaban acostumbrados, durante décadas, a un precio subsidiado de la gasolina y son conscientes de que, como resultado, se desatará una escalada alcista en la canasta familiar, lo cual disparará el índice de inflación.
Saqueos, varios muertos, bloqueos de carreteras y multitudinarias protestas ha generado la medida que hunde más la precaria popularidad del mandatario, apenas en el 25 por ciento. Valentía de Peña Nieto o desespero, el ‘gasolinazo’, como ya lo llaman, era un pendiente necesario al que varios gobiernos le habían sacado el cuerpo.
Para peor, los gestos hostiles de Trump hacia México ya están provocando una desbandada de inversionistas internacionales, temerosos de que el país pierda el estatus privilegiado conseguido a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y aunque una renegociación de dicho acuerdo tardaría años, es claro, por lo dicho recientemente por Trump, que podría imponer impuestos para obligar a que las inversiones migren de México a Estados Unidos.
En el análisis, estas angustias son el resultado de ser tan dependientes de los ingresos del petróleo, y también de que el 80 por ciento de las exportaciones vayan hacia un solo socio comercial. Esa es la gran lección no solo para México, sino para toda América Latina.
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