Teodoro Obiang, el dictador de Guinea Ecuatorial, un pequeño país centroafricano colonizado por España, llegó al poder en 1979 y lleva ya 38 años sentado en la silla presidencial. Su hijo Teodorín es su vicepresidente desde el año pasado, elegido con la misma aplastante mayoría que su padre, más del 90 por ciento de los votos con que el mismo Teodoro cuenta.
Teodoro y Teodorín. Pareciera el dúo de una historieta cómica, pero no lo es. Son personajes, más bien, de una novela de vampiros con nombres de vodevil. Teodorín empezó a entrenarse en el gobierno de Teodoro como ministro de Agricultura y Bosques, y pronto había amasado una fortuna de más de 100 millones de dólares, gracias a un impuesto sobre la exportación de madera, cobrado a su favor y depositado en cuentas extranjeras. Y también se hizo con el monopolio de la televisión.
Y luego echó mano de las ganancias petroleras, así que pudo empezar a gastar en lo que quería: una mansión de 30 millones de dólares en Malibú, California; otra en la avenida Foch, en París, en el exclusivo distrito XVI, que vale 220 millones de dólares, decorada con pinturas de Renoir y Degas y dotada de un spa, cine privado, una discoteca, peluquería, gimnasio y salones de banquetes.
Coleccionista de automóviles exclusivos, entre ellos un Bugatti Veyron deportivo de 1’300.000 dólares; un Maserati de 800.000 dólares, además de un Aston Martin, un Ferrari, un Rolls-Royce, un Bentley Arnage, un Bentley Continental, un Lamborghini Murciélago y varios Porsche.... Poco pudoroso, y más bien lleno de orgullo por su exclusivo y numeroso botín, lo enseña a través de múltiples fotografías en Instagram y demás redes sociales.
En Estados Unidos compró el sello discográfico TNO Entertainment; y, dada su pasión por la música, entre muchas de sus posesiones exóticas se halla un guante compuesto de piezas de cristal que utilizó Michael Jackson en la gira mundial para promocionar su disco Bad. Los grifos en los múltiples baños de sus mansiones los mandó a dorar en oro de 21 quilates, lo mismo que los retretes de su jet privado, comprado en 40 millones de dólares.
Un país pobre y pequeño, que apenas gasta el 0,6 por ciento del PIB en educación, si abunda en gas y petróleo, aunque esa riqueza sea malversada, suele gozar del olvido diplomático de gobiernos poderosos acerca de las constantes violaciones de los derechos humanos y de las reglas democráticas. Este manto parece seguir cubriendo aún a Teodoro, pero no a Teodorín.
Ahora se encuentra sometido a procesos judiciales en diferentes tribunales, bajo cargos de corrupción, blanqueo de dinero, malversación de fondos públicos y extorsión. En EE. UU. le fue incautada ya la mansión de Malibú. En Francia, Suiza y otros países europeos, muchas de sus propiedades y cuentas bancarias también han sido confiscadas. Solo realizar la inspección y el inventario de los haberes encontrados en la mansión de la avenida Foch, por instrucciones del Tribunal Penal de París, tomó 9 días. Un cargamento de vino Château Pétrus en las cavas, decenas de zapatos Dolce & Gabbana en los clósets son algunos de los hallazgos más banales.
Teodorín ha tenido que escapar a Guinea Ecuatorial, huyendo de los jueces, para refugiarse en uno de los palacios de Teodoro. La fiscal francesa Charlotte Bilger considera que Teodorín tiene “una necesidad compulsiva de gastar”. Gastar lo robado, claro. El vicepresidente Teodorín será condenado en ausencia, pero nadie ha dicho que eso le impida suceder a Teodoro en el mando presidencial. En un país de tanta miseria, donde la esperanza de vida supera apenas los 50 años de edad, solo Teodoro y Teodorín pueden cantar con propiedad el himno nacional que empieza: “Caminemos pisando la senda / de nuestra inmensa felicidad...”.
Sergio Ramírez
www.sergioramirez.com