Cuenta una nota de este diario que el famosísimo Hexagonal del Olaya, aquel torneo de fútbol aficionado inventado en 1959 para aliviar la modorra de las vacaciones y unir a una comunidad en torno del balompié –y que se ha llamado también Copa Amistad del Sur–, ha ido perdiendo espectadores con el paso de los años.
Resulta comprensible que, en estos tiempos de canales de deportes en la televisión por cable, menos bogotanos se desplacen hasta el parque estadio Olaya Herrera –en el barrio Olaya, localidad de Rafael Uribe Uribe, en el sur de la capital– para ver los encuentros futboleros que suelen librarse en aquella cancha histórica.
Sin embargo, sería una verdadera lástima que se dejara perder un campeonato aficionado que ha servido siempre para recordar que el fútbol no tiene la culpa de lo que sucede cuando se convierte en un negocio. Hubo un tiempo glorioso en el que varias emisoras y los principales periódicos contaban el Hexagonal porque era claro que, libre de las presiones que se viven en el balompié profesional, se convertía en una oportunidad para ser testigos del coraje y el pundonor que tendría que ser siempre la marca de estilo del deporte. Reconocidos jugadores profesionales aprovechaban sus vacaciones para participar en el torneo, y el público los acompañaba y ovacionaba. Los prósperos negocios del barrio, que hoy han desaparecido, patrocinaban el evento.
Se transmitían los partidos por televisión, y equipos como Centenario, La Equidad, Caterpillar Motor, Maracaneiros o Apuestas Monserrate eran celebrados por los aficionados. Ya no, aunque hace unos diez años el Concejo de Bogotá decretó que el campeonato es “de interés cultural de la ciudad”. Y los nostálgicos se resisten a permitir que se vaya diluyendo.
Pero no solo en nombre de una tradición de la cual participaron grandes glorias del fútbol colombiano, sino también como una invitación de la comunidad bogotana a recordar que el deporte es un llamado a la convivencia, vale la pena que siga llevándose a cabo como antes, como siempre, el Torneo del Olaya.
EDITORIAL