Que el planeta es un gran casino lo comprueba el estado actual del fútbol mundial, con una superliga china que irrumpe y ofrece altas sumas de dinero a equipos de América y Europa por sus grandes figuras. El resto de mercaderes tradicionales tiembla.
Mediante la contratación de conocidos jugadores y entrenadores del balompié occidental, China hace más atractivos sus equipos, sus partidos, sus estadios. Ya están ahí, en sus canchas de juego, los argentinos Carlos Tévez y Ezequiel Lavezzi, los brasileños Paulinho, Ramires, Oscar, Hulk y Renato Augusto; Gervinho, de Costa de Marfil; los colombianos Freddy Guarín, Giovanni Moreno y Jackson Martínez, el belga Axel Witsel y el nigeriano John Obi Mikel, entre muchos otros.
Hace poco ofrecieron 300 millones de euros por Cristiano Ronaldo y 500 millones por Lionel Messi. ¿Qué ocurriría si logran llevárselos?
En Occidente, muchos manifiestan su preocupación y acusan a los chinos de ‘desvirtuar’ el mercado, como si el casino no hubiese estado operando desde antes. Digamos que ha llegado simplemente un nuevo apostador.
“Los chinos amenazan al fútbol mundial”, alegan sus críticos en el lenguaje belicoso de los deportes. ¿Acaso no está China en el mundo? ¿No forma parte de él? (Esto me recuerda esa otra farsa de la llamada Serie Mundial de béisbol, apenas disputada por equipos norteamericanos. El miedo, a veces, lo explica todo. ¿Será que temen perder frente a cubanos o japoneses?).
“Están locos los chinos”, gritan otros asustados. “¿Creen que el dinero lo puede todo?”, preguntan desde sus programas de opinión. ¿No cree lo mismo todo capitalista militante? “Se van a llevar todos los buenos jugadores”, denuncian. “No quiero que la liga española deje de ser líder. Ni la inglesa”, argumentan asustados. Y satanizan: “Están haciéndole un daño enorme al fútbol mundial”.
Perdón, ¿los chinos? Si el casino ya estaba abierto y operando. Los atacaron en su momento por comunistas y ahora los niegan, les temen como capitalistas. La negación, en ciertos casos, acompaña al miedo: “No van a hacer nada. Son solo un país con mucho billete y poca tradición futbolera”. Un país, sobre todo, con muchos chinos. Pero, si miramos atrás, tradición es lo que tienen, y parecen decididos a cultivar una futbolística. De raíces y dinastías saben bastante.
Todo empezó cuando el presidente Xi Jinping deseó que China pudiese ganar algún día el Mundial de fútbol. El país entero dirigió su mirada a las canchas de balompié. A las suyas y a las del resto del mundo.
Entonces el fútbol chino se convirtió en política de Estado. Se les metió en la cabeza hacerlo grande, y lo están haciendo. Cada equipo chino puede hoy alinear cinco jugadores extranjeros. Los seis restantes han de ser nacionales o nacionalizados, como ocurre en casi todo el mundo.
Los jugadores que están contratando son jóvenes y activos, no veteranos en plan de retiro. El fútbol de las estrellas importadas dará ejemplo de creatividad a la masiva muchachada de ojos rasgados. En diez o veinte años, China podría tener la mejor liga del mundo.
“Estamos frente a otra amenaza amarilla”, comentan en Occidente, pero el susto del principio tiende, con el tiempo, a buscar adaptación. “Debemos prepararnos para lo que viene. Empezar a indagar sobre los derechos de transmisión del fútbol chino”, reflexionaba Pablo Giralt, presentador de ‘Fútbol total’, para comprobar por qué el gran país asiático lograba su cometido: “¡Ya estamos hablando del fútbol chino!”.
“Somos afortunados –rubricaba en aquella ocasión y con gran optimismo su compañero Samuel Vargas–: presenciamos el nacimiento de una potencia”.
Se oyen apuestas.
HERIBERTO FIORILLO