En un final de año escribí una columna –muy criticada por los optimistas de oficio– que se llamaba ‘Cisnes negros’. En esta se pronosticaba una cadena de desarrollos adversos –en algunos casos catastróficos– que podrían ocurrirles, en diferentes frentes, al mundo y a Colombia en los siguientes meses. Desafortunadamente, la mayoría de los eventos anunciados terminaron sucediendo.
Después de ver la prensa se concluye que el contexto de opinión colectiva tiene un fuerte sesgo pesimista y un marcado acento fatalista. Como se sabe en psicología y en estudios de comportamiento, la experiencia reciente determina en gran medida la visión del presente y las expectativas sobre el futuro inmediato. Los percibidos desastres ocurridos durante el 2016 están ejerciendo una ‘gravitas’ significativa sobre el ánimo de la gente.
Así como en el pasado los optimistas fueron derrotados, hay suficientes indicios que sugieren que los pesimistas perderán la partida en el 2017. Los que creen que el año que comienza está destinado a ser una tragedia son víctimas del síndrome del espejo retrovisor.
La situación económica colombiana es mucho mejor que la reflejada por algunos de los analistas bursátiles, tan citados en los medios. La aprobación de la reforma tributaria (independientemente de las aristas e insatisfacciones con una u otra norma) le añade un alto grado de certidumbre al desarrollo de las finanzas públicas, despejando muchas incógnitas que ensombrecían el panorama.
La perspectiva de los precios de las materias primas es halagüeña. Contra las opiniones de muchos, el anunciado mejoramiento de los precios del petróleo se está dando. Los indicios de recuperación en algunos mercados claves y la gestión de la nueva administración de Ecopetrol han creado una situación cada vez más alentadora en la industria de los hidrocarburos.
El entorno macroeconómico ha evolucionado favorablemente. La tasa de cambio está en niveles sostenibles de equilibrio que han producido un mejoramiento real en la competitividad del país. Sus efectos se notan en el gradual fortalecimiento de la balanza de pagos. La inflación, que amenazaba con desbordarse, ya se ha movido en la dirección correcta.
El sector real ha recuperado su dinamismo y, en un entorno tan adverso como el que se ha vivido, se ha logrado que el nivel de desempleo se mantenga dentro de rangos bajos y manejables, históricamente hablando. Sectores decaídos –como el industrial, la agricultura comercial, la ganadería, la construcción y las obras públicas– tendrán un buen año en el 2017. El inmenso esfuerzo por mejorar la inversión en vías tendrá su verdadero debut en el 2017.
Mucho se ha dicho del dividendo de prosperidad que traerá el proceso de paz. Independientemente de cómo se mire, esa es una realidad que, aunque a algunos no les guste, significa un impacto sensible en las perspectivas positivas del país. Eso se demuestra con el hecho de que las cifras de violencia y criminalidad están en sus bajos históricos.
La institucionalidad ha sido la gestora de la paz dentro del orden constitucional y de las reglas internacionales. Aquí no ha habido ‘shortcuts’. El país ya, hoy, está viviendo los dividendos de la paz.
El desafío es evitar que el pesimismo que estamos viviendo acabe con la luz de la esperanza objetiva que favorece a Colombia. Y en eso la campaña que comienza tiene mucho que ver. Sabemos quiénes quieren regresar al pasado con la bandera de la destrucción nacional y el apocalipsis. Yo prefiero apostarle al regreso al futuro.
Dictum. Yo bailé con guerrilleras en Casa Verde. Aprendí mucho. Al poco tiempo se bombardeó al secretariado. Dejen la bobada con los de la ONU.
GABRIEL SILVA LUJÁN