El viernes 6 de enero murió en Buenos Aires el escritor argentino Ricardo Emilio Pligia Renzi. Tenía 76 años, y varios premios merecidos por su habilidad como escritor (el premio de la Editorial Planeta en Argentina, el Rómulo Gallegos, el Iberoamericano de las Letras José Donoso, el Konex de Brillante y el Fomentor, entre otros). Tenía cinco novelas, seis libros de cuentos, siete libros de ensayos y cuatro libros más de géneros distintos, y tenía, para desgracia suya y nuestra, una Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA).
En junio del 2015, Ediciones La Flor informó al mundo sobre su enfermedad. A causa del deterioro en el movimiento de sus músculos, Piglia se recluyó en su casa. Siete meses después algunos diarios advirtieron un hecho alarmante: Medicus, la empresa encargada del suministro de su medicación se negó a costear el tratamiento. Piglia llevó el caso a los juzgados y Medicus aceptó responder. Ni el ELA ni el cerebro de Piglia se detuvieron.
Antes de cerrar el 2016 la Editorial Anagrama anunció la publicación de ‘Los diarios de Emilio Renzi: los años felices’. Ese libro no hace parte del conteo inicial porque es menos un libro que un proyecto. Verán, Emilio Renzi es tanto un personaje de Piglia como el mismo Piglia. La historia es fácil de encontrar y muchos la saben: en 1957 el padre Piglia decide abandonar Adrogué, su pueblo natal, para huir de la violencia peronista. Piglia decide iniciar la escritura de sus diarios. Ante la pregunta por qué escribir su mayor proyecto (son más de 327 cuadernos con la vida de Emilio Renzi) como un diario, Piglia respondió que los diarios se escriben en presente, y el presente es el tiempo de la pasión.
En noviembre del 2013 la Cátedra Alfonso Reyes, el Tecnológico de Monterrey y Pasión por la Lectura invitaron a Piglia para conversar sobre la relación entre literatura y tecnología, y allí dijo eso, que uno escribe para retener algo que cree que va a perder, y porque sabe que lo va a perder, y dijo también que es justo el presente lo que nos gustaría conservar siempre y lo primero que se va.
En esa entrevista el interlocutor le recuerda que Borges había dicho que los buenos lectores son como cisnes negros, Piglia era uno. Como prueba están sus ensayos, sus conferencias, sus comentarios al margen: vean sus clases magistrales sobre Borges.
Leila Guerriero, lo entrevistó en el 2010. Están hablando sobre una de sus novelas, ‘Blanco nocturno’, y Piglia le explica cómo construye una de las escenas: cuenta que pone al Comisario Croce a decirle a Emilio Renzi que le “interesa mostrar que las cosas que parecen lo mismo son, en realidad, diferentes. Y para eso, dibuja un pato que, si se mira de otra forma, es un conejo. Allí está, según Piglia, el núcleo de todo”. Cuando Piglia ponía los ojos sobre algo veía patos y conejos donde nosotros sólo conejos. Eso es un cisne negro: un lector que ve lo mismo que nosotros, y no obstante ve más.
Cuando muere un escritor pasan cosas que no pasan cuando muere un profesor, o un carnicero, o un fotocopista, y es que parece que a muchos les importa y muchos lamentan la ausencia y quizá valga la pena preguntar y responderse por qué, qué más da, y quizá la respuesta venga por lo que decía Borges: cuando muere un escritor muere un buen lector, un cisne negro, un hombre que veía distinto, que veía más, y eso es justo lo que perdimos cuando perdimos a Piglia: la otra forma del mundo, la que no vemos.
JHON ISAZA*
Para EL TIEMPO
*Filósofo y librero manizaleño