“Si logramos la paz, inmediatamente voy a eliminar el servicio militar obligatorio”, señaló el presidente Santos en el 2014. Y añadió: “El servicio militar obligatorio lo pagan los más pobres y vulnerables”.
Firmado el acuerdo de paz con las Farc y ratificado por el Congreso, no existe justificación para mantener vigente la Ley 48 de 1993, que obliga a los colombianos a hacer parte de las filas de las Fuerzas Militares. Llegó la hora de cumplir y eliminar el servicio militar obligatorio. Mantenerlo es una contradicción: hago la paz para salvar vidas, pero obligo a los jóvenes, especialmente a los más pobres, a que aprendan a matar.
La visión de una Colombia en paz involucra activamente a niños y adolescentes. El Dalái Lama dice: “Si le enseñáramos meditación a cada niño de 8 años, eliminaríamos la violencia en una sola generación”. Y es por ahí el asunto; los jóvenes colombianos merecen tener la oportunidad de empuñar lápices en vez de fusiles y aprender a amar en vez de odiar.
La vida es el valor supremo de una sociedad. Lo natural del ser humano no es matar, no es el rencor, ni la venganza ni el odio; esto se aprende. Si no, miremos la inocencia de un niño al abrazar a otro sin discriminación alguna. Alcanzada la paz, nuestra obligación es la convivencia pacífica. Nuestras leyes y actos no pueden ser contradictorios con este propósito.
No hay paz sin igualdad. Y el servicio militar obligatorio es la materialización de la desigualdad, pues solo es ‘obligatorio’ para los más pobres. El 80 % de los muchachos reclutados pertenecen a los estratos 1 y 2. Son ellos quienes en época de posconflicto deben verse plenamente recompensados. Quienes nacieron en hogares ricos tuvieron la oportunidad de evadirlo pagando por su libreta. El servicio militar debe quedar abierto para que cualquier joven, sea rico o pobre, que decida prestarlo lo haga. El lugar donde nace un niño no puede determinar si aprende a matar o a estudiar.
La apuesta en nuestro país para la generación de la paz debe estar llena de oportunidades hacia la ciencia, la innovación y hacia un ciudadano consciente y activo en la pacificación de Colombia. Por eso, la propuesta de eliminación del servicio militar obligatorio debe ir acompañada de un servicio social indeclinable. Universitarios podrían ir a enseñar en colegios de bajo desempeño. O bachilleres, ir a las zonas en donde hubo conflicto a alfabetizar.
Eliminar la obligatoriedad también permitirá que los soldados y policías que voluntariamente se enlisten puedan ganar más. Muy merecido lo tienen. El argumento de que se debilitarían las Fuerzas Militares no es cierto. Países como Estados Unidos, Francia e Italia, reconocidas potencias militares, tienen un servicio militar voluntario y bien remunerado.
Colombia en paz implica que cada quien se vuelva dueño de su alma para lograr la paz interior, esa que nos permite ver al otro como un semejante que tiene derecho a pensar distinto, sin que haya que eliminarlo. Para avanzar en este sentido, es imperativo preparar a nuestros jóvenes no para la guerra, sino para la convivencia, la tolerancia y el respeto.
Mi trino: si el Congreso modificó un articulito para beneficiar con la reelección a un presidente, introduzca un solo articulito para eliminar el SMO y beneficiar así a millones de colombianos: deróguese la Ley 48 de 1993.
CECILIA ÁLVAREZ CORREA