En el barrio Potosí, de Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá, tomó forma lo que para muchos habitantes y entusiastas del audiovisual no era más que una ilusión, una fantasía de película: tener a la mano una sala de cine.
El sueño tomó forma tras la construcción de Potocine, el cinema comunitario que se precia de albergar hasta 100 espectadores ‘apretaditos’, u 80 bien cómodos. En las alturas del mencionado barrio, y empotrada en una de las muchas lomas que por allí abundan, aparece la estructura. Por su aspecto moderno y por ser una mole que contrasta con la sencillez de las viviendas aledañas, de inmediato llama la atención del caminante, que anda por una vía sin pavimentar.
Construida sobre un armazón de guadua, con un revestimiento en policarbonato y con todas las normas antisísmicas, Potocine apunta a convertirse en el templo fílmico de la localidad. “En la construcción participaron varios colectivos, como Vereda Films, bajo el liderazgo e iniciativa del festival de cine comunitario Ojo Al Sancocho”, expone Luz Marina Ramírez, líder cultural del sector.
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La primera idea para echar a rodar el proyecto la tuvo Daniel Bejarano, director de Ojo al Sancocho (OS). Durante un intercambio en Alemania coincidió con miembros de Arquitectura Expandida (AE), organización con presencia mundial que aporta diseños y lidera construcciones en lugares deprimidos. Les comentó sobre la necesidad de una sala adecuada para ver filmes y a AE le sonó.
Lo siguiente fue gestionar el terreno, que lo aportó el Instituto Comunitario Cerros del Sur, en un espacio que ocupaba una vieja caseta. Hubo que demoler la estructura que había para echar cimentación y comenzar las obras, labores a las que se sumaron los habitantes de la zona, al mejor estilo de 'La estrategia del caracol'.
“Vinieron belgas, franceses, chilenos, peruanos y otros voluntarios de más países. Entre agosto y septiembre del 2016 se construyó la estructura, para ser inaugurada en el Festival OS (pasado 15 de octubre) con proyección de los productos de cine social que las organizaciones y colectivos realizamos”, cuenta Luz Marina, quien recuerda que antes de Potocine el cinema más cercano, si una persona del barrio quería ir a ver una ‘peli’, estaba a por lo menos media hora en carro.
Joel Chavarro cumplió 13 años y hace cinco que se forma en los talleres de realización que estas organizaciones ofrecen a jóvenes y adultos. Mientras camina por el lobby de Potocine e ingresa a una pequeña habitación para activar las luces de la sala, dice que ya sabe manejar la cámara de video y se defiende en la edición: “El cine es una forma de vivir y para mí es un privilegio estar en esto”.
Vuelve al lobby y busca el acceso a la sala, donde siete filas en bajada (dos hileras) esperan la llegada de los espectadores. El suelo, como en cualquier cinema de primera, está iluminado para guiar al cinéfilo hacia su puesto, y a un costado aparece la salida de emergencia reglamentaria.
“Chévere estar en la primera sala de Ciudad Bolívar y también es bueno que se proyecta cine comunitario. En cada una de las proyecciones que se han hecho, siempre he venido, no me las pierdo. Me acuerdo de 'El niño resabiado', 'Billy, Bell y la Bala', entre otras producciones que me han gustado”, cuenta el niño, entusiasmado, mientras observa el telón de fondo y recrea en su magín las escenas de aquellos filmes.
Para el 2017, los líderes culturales que crearon Potocine esperan proyectar películas todos los sábados y domingos. Eso para seguir capturando entusiastas del audiovisual y para tratar de llevar más cultura a una zona que, dicen con tristeza y sin resignación, debe recibir más arte y luz para avanzar.
FELIPE MOTOA FRANCO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter @felipemotoa