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Los revolucionarios años 70, según el escritor Juan Diego Mejía

Los revolucionarios años 70, según el escritor Juan Diego Mejía

En 'Soñamos que vendrían por el mar', el escritor rememora su época en la izquierda y en el monte.

06 de enero 2017 , 05:35 p. m.

Juan Diego Mejía había intentado contar la misma historia varias veces. Primero con cuentos en los años 80. Luego, en 1991, con A cierto lado de la sangre, una novela de la que no se siente orgulloso. Creyó que lo había logrado con El dedo índice de Mao, en 2003.

Pero cuando estaba alistando un libro de cuentos que iba a publicar este año, el autor paisa se dio cuenta de que uno de ellos sobresalía con vida propia: el de unos muchachos que en un partido de fútbol en la playa se jugaban si seguir o no en la revolución armada.

Esa escena hace parte de Soñamos que vendrían por el mar, una novela en la que Mejía explora la historia de una generación de los años 70 que salió de las ciudades y se fue al monte a hacer la revolución. O, al menos, a intentarlo.

La trama de la novela se acerca a la vida de Pável, un barbudo actor de teatro de Medellín que decide irse al monte. Una vez arriba a la zona bananera de Magdalena que le fue asignada debe esperar hasta que las armas lleguen.

A la vez, Soñamos que vendrían por el mar se mueve entre los bares estudiantiles de Medellín, en el que se discuten los postulados maoístas sobre el arte militante y se insulta al tibio como ‘contrarrevolucionario’. “Nos jugábamos la vida en cada discusión, aunque parece un chiste hoy”, dice Mejía.

La novela tiene rastros de autobiografía: si Mejía había buscado la manera correcta de contar esa historia, era porque le pertenecía. De joven abandonó su carrera de matemáticas en la Universidad Nacional y se fue a hacer la revolución.

“Me fui al monte, pero sin armas. Por eso tenía esa carga afectiva de la que quería liberarme con la literatura: había fracasado mi proyecto político, me sentía huérfano. Estaba dispuesto a dar mi vida por la revolución, y fracasé”, confiesa el autor.

En la literatura encontró el camino para hacer las paces con esa experiencia. Pero fue solo hasta que escribió sobre otro personaje que fuera él mismo, como se lo recomendó su amigo Jaime Echeverri, que logró estar tranquilo y cerrar ese ciclo.

“Supe que tenía que volver a escribir pero no con mi historia, sino con la de mi gran amigo Rodrigo Saldarriaga, fundador del Pequeño Teatro de Medellín. Él murió hace dos años y en los últimos tiempos estuvimos separados, pero fue mi hermano del alma y quise escribir sobre él”, explica Mejía.

Esta novela sobre la revolución es una obra sobre la paciencia que necesitan los que quieren ser guerrilleros y esperan la llegada de las armas. “Estos personajes quieren que se resuelva la situación, quieren entrar en acción”, dice Mejía.

Sin embargo, conforme se desenvuelve la trama, Pável se va sintiendo cada vez más cómodo. “Hay cierta inercia, se siente bien con los niños del pueblo haciendo teatro, acostándose sobre una piedra en el río, se acostumbra a ir a las casas y tomar café. La rutina se lo va tragando”, agrega el escritor.

“Yo habría matado, siempre habría estado en la primera línea –admite Mejía frente a la pregunta de qué habría pasado si a él le hubieran llegado las armas–. La formación religiosa de mi colegio me llevaba a cumplir el deber. Yo estuve varias veces preso durante la época del Estatuto de Seguridad. Siempre era tan de malas que me cogían”.

Así, esta historia también muestra cómo son las personas antes de entrar en la guerra, cuando no han matado y solo cargan con el peso de sus mochilas que llevan a las montañas. “Los personajes son soñadores, ilusos, bobitos. Luego de la guerra no se sabe cómo van a quedar”, anota.

Esto da pie para reflexionar sobre los guerrilleros a los que sí les llegaron las armas. “Los de las Farc eran igual de idealistas que nosotros al principio, luego con la guerra y las armas se volvieron asesinos. Quizás así recordaríamos a Camilo Torres Restrepo, si recuperaba ese fusil y no lo mataban en su primera batalla”, aventura Mejía.

Soñamos que vendrían por el mar cierra el círculo de este hecho fundacional de la literatura de Mejía. “Estoy satisfecho, es lo que soy capaz de hacer. Ahí está resumido lo que soy como escritor”, sentencia el autor, quien agrega que ya puede dormir con tranquilidad.

SANTIAGO CEMBRANO
ESCUELA DE PERIODISMO DE EL TIEMPO

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