La única vez que el octogenario Óscar Alberto Velasco se perdió el Carnaval de Riosucio, en Caldas, fue hace 40 años cuando estaba en un viaje de trabajo en Quito. En la noche de cuadrillas no tuvo más remedio que pedir un whisky a la habitación del hotel y tomárselo entre lágrimas.
Desde niño había hecho parte de las celebraciones y fue él quien, a mediados del siglo pasado y siendo todavía muy joven, condujo el primer diablo a gran escala que se construyó para el evento. Recuerda incluso que adentro de la figura hacía tanto calor que tuvo que hacer el trabajo en calzoncillos.
“Cuando el cuadrillero no se disfraza, es un duelo tremendo”, replica su compañero Diego Cataño después de escuchar la anécdota de Óscar.
Jairo Gil, otro de sus colegas, dice que podría retirarse después de la edición de este año, que empezó esta madrugada, y explica que “uno se va volviendo viejo y ya no coordina nada”. Eso, según dicen estos cuadrilleros, es lo que está pasando ya con la mayoría de quienes cumplen su función en el carnaval, que es patrimonio cultural, oral e inmaterial de la Nación.
Las cuadrillas son grupos de personas que se organizan para cada edición de la fiesta y, en el día que les corresponde, que este año es el domingo, se levantan a las 5 de la mañana para disfrazarse con un tema en especial y desde las 11 hacen una gira de presentaciones por 14 casas y tres tablados (tarimas) del pueblo, donde les dan comida y bebida para que aguanten la jornada hasta la madrugada siguiente.
El número de integrantes puede variar. Antes se exigía que fuera un múltiplo de cuatro, de ahí el nombre. Pero lo usual es que incluyan de 15 a 30 miembros, quienes interpretan distintos personajes y entonan tres letras y un estribillo sobre el tema de cada grupo, que puede ir desde la sátira política hasta la reflexión filosófica.
Esta literatura se monta sobre canciones ya reconocidas por el público, para que la gente también la pueda corear. Aunque algunas todavía se basan en los géneros clásicos del folclor colombiano, como el pasillo o el bambuco, la gente pide cada vez más otras formas musicales y se les ha abierto paso al rock, la salsa e incluso el reguetón.
Para Cataño, “puede haber carnaval sin diablo, pero no sin cuadrillas”. Al fin y al cabo, estas surgieron de las caravanas que en el siglo XIX llegaban de las zonas rurales, mucho antes de que Satanás se convirtiera en la imagen principal de la fiesta en un pueblo que es de profundas convicciones católicas, que se mezclan con las tradiciones de cuatro resguardos indígenas y una amplia comunidad afrocolombiana.
El desfile de cuadrillas es el eje central de la celebración, y de allí surgieron, con el tiempo, los matachines que le dan la poética bienvenida cada dos años a Satanás en el proscenio y le cuentan los chismes de los decretos de precarnaval. La idea es que Su Majestad les dé paz, tranquilidad y permiso de beber guarapo a riosuceños y visitantes por seis días consecutivos, al cabo de los cuales se quema la imagen del diablo y, en medio del luto por su invitado, la gente promete que no volverá a beber.
Relevo generacional
Hija y nieta de cuadrilleros, Adriana Velásquez aplica su trabajo como diseñadora a la elaboración de trajes para diferentes grupos y, por supuesto, también participa disfrazada en la celebración e incluso ha colaborado en la escritura de letras, como descendiente que es también del historiador Arcesio Zapata Vinasco.
Este es su quinto carnaval y esta semana ha pasado noches sin dormir para completar la labor a tiempo, porque la cuadrilla con la que está trabajando este año le pasó presupuesto apenas en noviembre pasado. “La gente que tiene recursos empieza a trabajar para el siguiente tan pronto acaba el anterior. Pero con otros grupos se dan estas carreras contra reloj”, dice.
Como ella, la mayoría de los riosuceños que participan de forma activa en la elaboración de la indumentaria y la literatura carnavalescas han aprendido sus trabajos de sus antepasados.
En las labores artísticas, de hecho, ya hay cierta garantía de continuidad. Las colaboradoras de Adriana –en un solo disfraz pueden trabajar más de 10 personas–, por ejemplo, fabrican los disfraces de la mano con sus hijas.
Otros dejan su herencia por vías distintas a la genética. Gilberto Guerrero lleva 13 carnavales, 26 años, construyendo una diabla para cada carnaval. Sus ayudantes son jóvenes de sectores marginados del pueblo. “Siempre hemos sido estigmatizados, pero nos importa un carajo”, dice Beto, como lo conocen todos en Riosucio.
En el caso particular de los escritores, sin embargo, hay ya cierta preocupación por la “falta de compromiso de los colegios y las escuelas” para mantener estas tradiciones. Este año, a duras penas se lograron conformar cinco cuadrillas infantiles, que son las que saldrán este viernes a las calles.
No obstante, los cuadrilleros mantienen la esperanza de que la literatura carnavalesca sobreviva como control social, alabanza de lo bueno y crítica de lo malo, de modo que Riosucio mantenga su diferencial, que es la palabra, frente a otros eventos similares como el de Barranquilla, que están más enfocados en el baile y otras expresiones artísticas.
Mientras tanto, bienvenido desde este viernes y hasta el próximo miércoles, su majestad el Diablo, a Riosucio.
Decretos y convite
Las actividades previas del carnaval empiezan en cada julio anterior a la fiesta, cuando se realiza la instalación de la República Carnavalera (la de esta edición fue el pasado 16 de julio).
En ella, la junta se presenta ante el pueblo e invoca la presencia del diablo para presentar un juramento de alegría y tradición.
Luego se llevan a cabo las lecturas de los decretos, que se realizan cada mes y están llenos de juegos fantasiosos e irónicos sobre la cotidianidad y los personajes de Riosucio.
La última antesala del carnaval es el convite, promediando diciembre, en el que se declara que Riosucio ya está madura para la fiesta.
Programación diaria de los festejos
El Carnaval de Riosucio empezó desde la pasada medianoche con lo que se denomina el Alegre Despertar. En este desfile se declara oficialmente abierta la celebración.
Este viernes, las cuadrillas infantiles serán las encargadas de llenar de alegría al pueblo y luego se hará el bautizo del riosuceño adoptivo, una persona foránea que siempre esté en el pueblo para estas fechas.
Mañana se realizará uno de los eventos más representativos de la fiesta: la entrada del diablo a la población, junto con las familias ancestrales de Riosucio con sus disfraces y las colonias provenientes de otras partes del país.
Además, se realiza la cabalgata que evoca la penetración antioqueña en esta región caldense. Esa noche se presentará Totó la Momposina.
El domingo es el día de cuadrillas. Se trata de una fiesta tradicional en la que los 25 grupos inscritos recorren el municipio presentando sus letras y estribillos para cantarlos con la comunidad, la cual, a su vez, les ofrece comida y bebida para que resistan la jornada, que puede ir hasta las 2 de la mañana del día siguiente.
El lunes estará dedicado a reconocer la cultura indígena y campesina del pueblo. El martes, la celebración será con faroles y disfraces.
El cierre será el miércoles 11 de enero, con la quema del diablo y la diabla, así como el entierro del calabazo, y el pueblo quedará enlutado y prometerá no tomar guarapo de nuevo hasta que el mismísimo Satanás vuelva de sus cenizas en 2019 para darles permiso de hacerlo otra vez.
ESKPE