La tecnología ha invadido cada espacio de la vida cotidiana y laboral. Revisar a todas horas del día nuestra bandeja de entrada para responder correos electrónicos y otros mensajes es un hábito común, casi obligatorio en nuestra época. Lo vemos cada minuto. Y se podría decir con certeza que también es una de las mayores causas de estrés entre los trabajadores.
A raíz de esto, como parte de una reforma de trabajo que no ha estado exenta de controversia, Francia aprobó esta semana una ley que reconoce el derecho de los asalariados a ‘desconectarse’ en horas no laborales y en vacaciones. Podría decirse, en principio, que se trata del reconocimiento de un derecho de una nueva generación de estos.
El caso es que la medida ha generado un interesante debate sobre la permanente intrusión de las empresas en la vida privada de su personal. Son millones quienes sienten que, aunque salgan de su oficina, mientras tengan su celular a la mano están siempre trabajando.
Por esta razón, la idea del Gobierno francés puede sonar maravillosa; pero, como han objetado también con argumentos valederos muchos empresarios, podría ser completamente inaplicable.
El asunto es complejo y aún incipiente. La misma norma reconoce que, por ahora, no habrá penalidades para las organizaciones o los trabajadores, ya que no todos pueden darse el lujo de esta desconexión. Todavía no es clara la forma en que se implementaría la ley, o si realmente tendría un efecto a corto y largo plazo en la calidad de vida de las personas.
Por lo pronto, parece un problema que puede resolverse con simple sentido común en las políticas internas de cada empresa. Sin embargo, habrá que esperar si con la intervención de la ley finalmente varias compañías estarían abiertas a negociar con sus empleados y valorar íntegramente su tiempo libre. Está de por medio no solo la productividad, sino asimismo la salud y la tranquilidad de la gente.
Es evidente que la única forma de lograr que el derecho a ignorar el celular en el tiempo libre sea respetado será por consenso entre las partes, en función de las necesidades de cada negocio.
editorial@eltiempo.com