El comienzo de un nuevo año es una buena oportunidad para reiterar llamados que, no obstante lo recurrentes en los anteriores doce meses, no fueron atendidos.
En este caso, se trata del insistente pedido al Ejército de Liberación Nacional para que libere a todos los secuestrados en su poder. Según cifras del Ministerio de Defensa, serían por lo menos siete. Y debe hacerlo sin que quede ninguna duda respecto a que se trata de un acto unilateral, una demostración de compromiso serio con la búsqueda de la paz, que solo espera recibir a cambio dosis necesarias de confianza por parte del Gobierno y, en general, de la sociedad. Y que sea pronto, pues la paciencia se agota, lo que lleva a que la “ventana de la paz no esté abierta para siempre”, como lo afirmó ayer el jefe del equipo negociador gubernamental, Juan Camilo Restrepo.
Con la salvedad de que no existe claridad sobre los términos en los que se produjo el regreso a la libertad del comerciante Octavio Figueroa, este puede calificarse como un paso en la dirección correcta, siempre y cuando se aclare que no hubo pago a cambio. Así mismo, la prueba de supervivencia de Odín Sánchez es un gesto que sirve para aliviar temporalmente el sufrimiento de su familia, pero que visto bajo la lente de un proceso que nada que arranca sigue siendo, a todas luces, insuficiente.
Y si, siendo generosos, la liberación de Figueroa o incluso la prueba de supervivencia de Sánchez pueden llegar a ser avances, es inevitable ponerlos en una misma balanza con hechos que son retrocesos lamentables, como el hostigamiento a la Policía en Río de Oro (Cesar) y el asesinato del cabo del Ejército Darío Calderón en El Tarra (Norte de Santander), en episodios ocurridos en las últimas semanas.
Que este sea el único llamado del año a los hombres de ‘Gabino’ para que entiendan, de una vez por todas, que el país entero, sin excepción, tiene muy claro que el secuestro es una atrocidad inaceptable, injustificable, y cuya página esta sociedad ya pasó.