Para la quinta de feria, toros de Salento, en el tipo de su encaste, moderados de leña y arrobas pero enrazados, fijos y con ritmo. Fue un encierro bueno, alegre, propicio y a grandes tramos emocionante. Atacaron los petos y los engaños pronto, de largo y con codicia. Planearon haciendo el avión, yendo y viniendo tras los engaños, fijos, leales, humillados, hasta que alcanzaron sus fuerzas. Bien por los González Rincón.
Luís Bolívar fue causante del entradón. Sus corridas han sido las más vendidas. Desde Rincón no pasaba eso. Un colombiano dueño de la taquilla. Lo justificó. El caleño, vestido de blanco y plata, en los medios; compás abierto, aguanta impertérrito el envión largo de Chanelo, rimando tandas circulares jalonadas con pases de pecho. Una, dos, tres, cuatro... Temple, continuidad, quietud, mando y verdad. Toro, torero y toreo, la trinidad esencial. Y el público, y los niños sabios del maestro Mora tocando con enjundia. Fiesta en Cañaveralejo. La faena de la feria, sin duda; el toro de la feria, quizás. Los naturales, algunos mejores. Mató de un estocadón a volapié. Vinieron las dos orejas, la vuelta para el toro y el pandemónium.
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El cuarto no tuvo tanta clase ni tanto fondo, pero la brega sí mantuvo brío y la parroquia, su fe sin desmayo. Variaciones, gaoneras a medio capote, brionesa, muleta cierta. Sin embargo, el pinchazo, la estocada inocua y el descabello restaron al final.
David Mora quiso y pudo; se llevó el otro de los dos mejores, y le anduvo a la altura. Verónicas de lentitud y trazo conmovedor. Torres dosificó la vara. El banderillero ‘Chiricuto’ se lució y saludó a los tendidos. El diestro toledano se fajó por los dos lados, echando leña en el fogón que era la plaza.
Ventarrón no cesaba; él, tampoco, y la faena se encumbró. El triunfo era inminente, mas el pincho a toro arrancado, la estocada calada y el bajonazo lo abortaron. El quinto empezó bien y luego se diluyó en una sosería insufrible, contra la cual porfió David. Y lo que son las cosas: a este sí le dio la estocada que no pudo darle al otro.
Pablo Hermoso de Mendoza rayó a gran nivel en sus dos faenas con toros diferentes, uno bueno y otro mejor, hasta que renunció intempestivamente. Faenas festivas, espectaculares, magistrales. Solo dos errores, un rejón de castigo pescuecero y otro de muerte descordante que le arrebató la puerta grande con el tercero. La volvió a tener abierta con el sexto, pero el toro se la negó.
Una corrida pequeña, sin mucha leña pero con harto que torear. De haberla matado como se debe, hubiese sido la locura.
JORGE ARTURO DÍAZ REYES