Ante la indiferencia generalizada –cuando no la abierta animadversión–, viene creciendo en el país un problema que, como pocos, retrata hasta dónde puede caer una persona consumida por la droga: el de la indigencia. Un impactante reportaje publicado por este diario muestra cómo en todas las ciudades ese fenómeno ha ido en aumento; y con él, otras dos lacras para la sociedad: el microtráfico, que hace rato convirtió a Colombia en un país consumidor de droga, y la inseguridad desbordada.
Las cifras del informe son reveladoras. En esa condición puede haber al menos 40.000 compatriotas –de los cuales no menos de 10.000 están en Bogotá– que, pese a las apariencias, tanto en actividades legales como en otras abiertamente delincuenciales, logran ingresos con los que mueven a diario un mercado de alucinógenos que está entre los 300 y los 400 millones de pesos.
Los reporteros hicieron descubrimientos que echan por tierra varias impresiones generalizadas alrededor de la indigencia. El primero, que, a pesar de su vida en condición de miseria, no se trata de la población que menos ingresos recibe: una noche de reciclaje puede dejar entradas de 60.000 pesos, mientras que un día de pedir limosna en las esquinas más concurridas, en una ciudad como Bucaramanga, puede representar ingresos de 100.000 pesos o más.
El segundo es aún más inquietante: si bien la decisión de consumir es personal, existen mafias dedicadas a mantener a esos miles de personas en la indigencia. Incluso los rondan para entregar dosis gratis de basuco y otras sustancias en los centros de acogida que han dispuesto alcaldías como la de Bogotá después de las tomas de las grandes ollas del microtráfico, empezando por el ‘Bronx’.
Uno de los habitantes de la calle entrevistados lo resumió en una frase: “Estaba preso en la cárcel del basuco”. Esas mismas e inhumanas mafias aprovechan su dependencia –el consumo promedio ronda las 10 dosis (‘bichas’) diarias– para convertirlos en mano de obra barata, y desechable, para sus millonarios negocios criminales: desde el robo de autopartes, alcantarillas y cable hasta extorsiones y asesinatos.
Frente a todo lo que esto implica, la sociedad y el Estado deben movilizarse con programas de prevención de consumo y atención a los dependientes de la droga, pero también actuando con contundencia en la parte penal para sacar de circulación a los cerebros macabros que dominan el mundo de las ollas. De hecho, es absurdo que los señalados capos del ‘Bronx’, cuya captura se anunció con bombos y platillos, hayan sido beneficiados por decisiones judiciales que no parecen corresponderse con toda la información que sobre ellos manejan las autoridades. Y así mismo, es tiempo de imponer reglas de juego para aquellos que deciden mantenerse en el consumo, aun a costa de su integridad y dignidad humana.
El espectáculo de montañas de escombros y basura tiradas en las calles por muchas de estas personas que se dedican al reciclaje y a extorsionar abiertamente a los conductores atrapados en los trancones, para que les den dinero que ineluctablemente acabará alimentando las ollas, es una situación que los demás ciudadanos no tienen por qué soportar.
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