Intenso ha sido el año 2016. El 2017 no pinta menos lleno de sorpresas, pero es fundamental empezar a mirarlo con una pequeña dosis de optimismo. Para aquellos que desprecian la economía, para quienes aseguran, con cierta razón, que los economistas solo entienden el pasado y nunca aciertan sobre el futuro, las cifras económicas son precisamente las que hoy están marcando la pauta de las emociones de los colombianos. Y como estas no son muy estimulantes –bajo crecimiento, inflación por encima de las metas y además el necesario aumento en los impuestos–, el país se inundó de pesimismo.
Pero se olvida lo más trascendental que estamos viviendo: el avance contra viento y marea de un proceso de paz que está poniendo fin a décadas de conflicto con las Farc. De nuevo sale a relucir esa profunda desigualdad colombiana que se manifiesta hasta en la forma como se percibe el presente, pero, especialmente, como se proyecta el futuro. El 70 por ciento del país urbano no solo mira con desprecio, sino que critica, el fin de una guerra que nunca sintió como suya.
No es así como se vive esta posibilidad de paz en el sector rural. Allá se mezclan la esperanza de una vida mejor y el temor con las nuevas amenazas y crímenes de ‘bacrim’, paramilitares y delincuencia común, que reaccionan negativamente a esa nueva Colombia que se espera construir. Curiosamente, es en los campesinos –las verdaderas víctimas de esta larga y sangrienta confrontación armada– en quienes renace la esperanza de una vida mejor. Son ellos, con su tremenda generosidad de espíritu, los más dispuestos a perdonar, a pasar la página y a ponerle fe a la paz.
Tristemente, la mayor contradicción que vive Colombia ahora es que la guerra se volvió verbal y urbana, las balas se han sustituido por insultos, agresividad; y, sobre todo, llena de odios porque sí y porque no. El resto del mundo ve con asombro y temor cómo la seria posibilidad de un nuevo conflicto y de un reversazo del proceso de paz que apenas se empieza a construir aún tiene una semilla viva.
Por ello es fundamental terminar este convulsionado 2016 con el futuro en nuestra mente y con un soplo de optimismo que solo se logrará si los colombianos tenemos el valor para acabar el conflicto con las Farc. Esto empieza cuando la población de las ciudades reconozca la gran importancia de lograr todo un país en paz. Si el sector urbano continúa subestimando este gran esfuerzo –premiado con el Nobel de Paz, precisamente otorgado como estímulo para que no se frene este largo y complejo proceso–, solo reinarán el pesimismo y la agresividad entre nosotros.
La invitación es a un gran esfuerzo de todos a reconocer que a pesar de sufrir las consecuencias de la desaceleración de la economía mundial, de tener que sacrificar ingresos personales para financiar al Estado, estamos empezando a construir un país normal, con los problemas propios de una nación de desarrollo medio, pero sin la amenaza de una guerra interna.
Colombia necesita un compromiso del país urbano, tan excluyente y falto de generosidad con el resto, para acabar con este nuevo tipo de guerra que puede borrar una paz que apenas empieza. Sin ello, no podremos enfrentar las dificultades económicas del 2017, que, como es propio de los ciclos económicos, verán en algún momento una recuperación que dependerá, en gran medida, de nuestra capacidad para impulsar nuevos sectores productivos.
Enfoquemos nuestras energías en ese propósito, en distribuir más equitativamente los costos y avances de nuestro crecimiento, por pequeño que sea. Que el 2017 alumbre nuestro camino para poder resolver nuestras diferencias de forma respetuosa, generosa y sin odios. Feliz 2017 para todos.
Cecilia López Montaño
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