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Coscorrón

Coscorrón

Sería para morirse de la risa si ese lejano país de coscorrones a los avasallados no fuera este.

29 de diciembre 2016 , 06:34 p. m.

Yo creo que no hay nada que hacer: que el vicepresidente Vargas Lleras es el próximo presidente de Colombia. Y creo que los tres videos patéticos que se dieron a conocer la semana pasada prueban que la campaña descarada de estos años ha dejado de ser un secreto a voces: en el primer video, que es un hallazgo, el señor Vicepresidente le pega un coscorrón a su escolta porque está protegiéndolo demasiado; en el segundo, que parece el consejo de un quijote enloquecido por las encuestas, Vargas le ofrece disculpas públicas al guardaespaldas sin mirarlo a los ojos –“Ahumada: dónde anda”, empieza, y el intendente aparece entonces en el escenario y se ve dolido e incómodo– “por un incidente que no debió haber ocurrido”, pero luego le pide “que sea más respetuoso con la ciudadanía”; en el tercero, que es de tiempo atrás, Vargas empuja a Ahumada porque se le atraviesa cuando está hablándoles a los micrófonos de los medios.

De vez en cuando es una lástima no ser un extranjero: preguntarse ahora, por ejemplo, “Why Did Colombia’s VP Hit His Own Bodyguard?”, “¿por qué el vicepresidente de ese país tropical le pegó un cocotazo a su propio guardaespaldas?”. Esta semana es una lástima no ser de afuera: podría uno reírse como cuando se encuentra en internet un video increíble pero cierto titulado “Nueva pelea a puñetazos en el parlamento ucraniano”, o como cuando uno era un niño que esperaba el noticiero de los domingos en la noche para ver los videos curiosos que presentaba el locutor Eucario Bermúdez; podría uno morirse de la risa, mejor dicho, porque desconoce que el coscorrón al escolta es un buen resumen de una sociedad que no ha conseguido evitar que haya familias por encima de la ley: la familia de la política, la familia del fútbol, la familia de la religión, la familia de la guerra. Pero no: uno es colombiano.

Y está cansado de que aquí ciertas personas puedan darse el lujo de resolver las controversias con la respuesta “es que yo soy así”, “es que yo soy volado”.

Y está harto de que ciertos personajes se permitan a sí mismos humillar a sus subordinados porque quién va a decirles que no: “muévase: aquí nadie le paga por pensar”, se les suele oír a los patrones.

Y está consciente de que los videos han dejado al Vicepresidente como un jefe energúmeno de antes de la corrección política, pero también lo han posicionado como el hombre recio que tanto les gusta a ciertos electores: un Uribe, un Trump.

Y sería para morirse de la risa –“Ahumada: dónde anda”– si ese lejano país de coscorrones a los avasallados no fuera este, si no estuviéramos en juego todos los colombianos.

Bienvenidos, señoras y señores, a 2017. Vargas Lleras está a cuatro semanas nomás de lanzarse a la presidencia que le fue prometida desde el siglo XX. Arranca de primero en las encuestas: 15 por ciento. Y su salto al ruedo, en donde la implementación del acuerdo de paz sigue despertando a los ejércitos dormidos, en donde la impopularidad de la reforma tributaria sigue exacerbando las indignaciones, puede enrarecer el país aún más. Sí, una buena parte del país responderá a su carácter, una buena parte de los descontentos le darán su voto si sigue llamando a plantones contra el Gobierno al que perteneció, una buena parte del electorado le reconocerá una trayectoria innegable, pero tampoco le será fácil –ni a él, ni a ningún sincerote de aquellos– vencer a ese liberalismo que ha conseguido que 2016 termine con la noticia de que en el Hospital Militar solo queda un soldado herido en combate.

Por supuesto: fue claro este año, que es “el año del coscorrón”, que ese liberalismo –no el del partido, no, el de verdad– ha estado narrando el mundo a medias. Pero ese liberalismo también es real.


Ricardo Silva Romero
www.ricardosilvaromero.com

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