Cuando una periodista colombiana preguntó en Oslo a un presidente de la república y a su anfitriona, en conferencia de prensa, qué pensaba de la acusación del extremo centro de que el premio Nobel había sido comprado, logró un casi imposible triple papelón: ofendió a un presidente, a las autoridades noruegas y a la instituciones del Nobel, y desató también las actividades de muchas agencias. La CIA, el FBI y Scotland Yard decidieron desarrollar investigaciones mancomunadamente por tratarse de una conspiración global.
Sospechosos principales: el papa Francisco, el finado Fidel Castro; el secretario de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, el Dalái Lama; el presidente de EE. UU., Barack Obama, el director del Comité del Nobel, la directora del Comité de la Paz y, naturalmente, el presidente Santos y sus escuderos-compinches del gabinete.
Las primeras pesquisas fueron realizadas en el IOR, el Banco Vaticano, pero la contabilidad estaba tan enredada que ni Francisco pudo desenredarla y tuvo que nombrar una comisión ad hoc, así que nada resultó; después llegaron al icónico Fort Knox, donde se guardan la reservas auríferas de EE. UU., por la sospecha de que arrobas de oro del Pacífico habrían llegado del puerto de Buenaventura. Nada. El cuerpo investigativo se desplazó al lejano Tíbet, donde se descubrió que el Dalái Lama solo maneja una pequeña cuenta de ahorros en yuanes chinos. Lo más difícil fue llegar a las cuentas de Castro. El banco nacional de Cuba no dio mayor información; de Ban Ki-moon se conoce el sueldo de las Naciones Unidas, y no hubo ninguna consignación extra.
Los órganos de inteligencia no lograron hallar ninguna pista y decidieron investigar a los demandantes. El primero fue un expresidente, pero no pudieron sacar ninguna información por la técnica de él de no contestar y de usar la muletilla “próxima pregunta, detective”. Se dirigieron a una senadora, nieta de presidentes, acérrima enemiga de Santos y de la paz, pero la reacción fue tan violenta, a voz en cuello, que los del FBI escaparon despavoridos frente a esta medusa de los tiempos modernos. Afortunadamente, un exguerrillero, senador del centro extremo, descubrió el entuerto en una conversación privada con un director de campaña: como estrategia parecida a los 11 puntos de Goebbels, se estaban sembrando las redes sociales de falsas noticias que, de tanto repetirlas, se vuelven verdaderas. ¡Plop!
Salvo Basile