Enclavado en pleno corazón de Bogotá, dueño de una época dorada que desapareció, con calles bien delineadas y casonas que aún recuerdan los buenos tiempos, el barrio San Bernardo intenta renacer.
No ha sido fácil. El que fuera considerado uno de los lugares más representativos del centro de la capital y que albergó en su momento a personas trabajadoras, honestas (como lo hiciera el santo que lleva su mismo nombre cuando asistía a los desvalidos de mediados del siglo XI) se vio convertido, en cuestión de décadas, en refugio para seres venidos de otros mundos: delincuentes, viciosos, jóvenes perdidos en la droga, prostitutas y tenebrosas mafias que controlaban el crimen en todas sus modalidades.
Hace poco, sin embargo, este diario publicó las fotos del nuevo San Bernardo. Sus calles siguen luciendo ajadas, igual que sus viviendas; la suciedad no logra borrarse del todo y el miedo persiste entre sus moradores. Pero hay un nuevo aire que le dan los niños que corren por sus calles, los carpinteros que vuelven a exhibir sus muebles, las fachadas recién pintadas de algunas casas y la ausencia del olor a basuco. Hasta fue posible revivir la fiesta de Halloween, gracias a la recuperación del barrio.
El pasado mes de septiembre, la Policía se tomó el lugar, erradicó a expendedores y consumidores de alucinógenos, así como a los ladrones que se paseaban orondos por el sector, atemorizando a residentes y comerciantes. Ahora, entre las calles 2.ª y 4.ª y las carreras 10.ª y 11B, la gente le da vida a un vecindario que quiere retornar a sus días de prosperidad.
Las autoridades que lograron esto no pueden descuidar lo alcanzado. Los vecinos están haciendo su parte, y es menester que la Policía mantenga su presencia. No se debe permitir que el crimen, que pelechó por años y años en el ‘Sanber’, intente revivir sus macabras actividades. El alcalde local y los propios moradores aseguran que aún merodean por allí jíbaros y consumidores. El San Bernardo es patrimonio de Bogotá, y bien merece una segunda oportunidad.