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Del modelaje en Europa a la indigencia en Cali

Gustavo Vásquez tenía 19 años cuando viajó a Europa como modelo de ropa interior.

CALI
El piso de baldosa de la entrada a uno de los bancos del centro de Cali, a pocos metros de la acera, suele convertirse en una ‘cama caliente’ con los periódicos que a eso de la medianoche acomoda un caleño que llegó a recorrer pasarelas y fue la imagen de campañas publicitarias de ropa masculina en Alemania.
Gustavo Vásquez asegura que tenía 19 años cuando viajó a Europa como modelo, promocionando la ropa interior de la marca alemana ‘Bruno Banani’, lo que le permitió aprender el idioma de este país, disfrutar lujos y visitar otros lugares de ese continente.
Hoy, su ‘penthouse’, como llama a ese sitio de baldosa a la que compara con el mármol, se vuelve en su hogar a una cuadra de la catedral de San Pedro y la plaza de Cayzedo, en pleno corazón caleño, a la hora de ir a dormir, así lo haga con el estómago vacío, vistiendo solo la ropa que lleva puesta y viviendo de la mendicidad o de los inciensos para vender que le regala algún samaritano en un día, cuando deambula por el centro. Su vida transcurre caminando y pidiendo monedas, en la mayoría del tiempo. (Un calvario donde los sueños se vuelven humo).
Gustavo, de grandes ojos verdes, color que contrasta con un tono rojizo porque los tiene irritados, duerme en ese andén y no va a buscar una cama acolchada en un albergue de la deprimida zona del barrio El Calvario porque consumió el maldito crack, como le dice a la droga derivada de la cocaína. Entonces, aspirando de su pipa como lo ha hecho en la última década, repite que el vicio es su maldición, una que lo ha llevado a vivir por 10 años en la física indigencia.
“La Fundación Samaritanos de la Calle es como un templo. Las personas que van allí saben que no pueden consumir. Es por respeto. Es un sitio sagrado para mí, por eso, sí voy a quedarme a dormir no consumo nada”, dice Gustavo, quien el 14 de enero cumplirá 41 años.
La plaza de Cayzedo es irreconocible después de las 9 y las 10 de la noche, pues los habitantes de calle la frecuentan para guarecerse en la noche. Si hay algún aguacero, buscan almacenes con toldos o cubiertas en este céntrico sector para protegerse. Por fortuna, el ‘penthouse’ de Gustavo tiene esa cubierta.
En la noche, el caleño, de 1,82 metros de estatura, se la pasa alerta o ‘mosca’. Sin embargo, está más relajado que en alguna de las calles de El Calvario, donde recicladores entre basura esparcida en la calzada se mezclan en medio del humo de los consumidores de estupefacientes, sentados en el pavimento. Otros lo hacen en una que otra casa de inquilinato, con los techos y paredes casi a punto de venirse abajo. “Lo bueno es que aquí me conocen, pero la convivencia puede ser difícil y no falta quien apuñale a otro”.
Al día siguiente, Gustavo se encuentra con amigos que, como él, también viven en el asfalto. A eso de las 9 de la mañana se dirigen a Samaritanos para recibir un desayuno con café caliente y pan. También para darse un baño. Lo hace y posteriormente se viste con la ropa con la que llegó porque no tiene más. De hecho, no tiene ni maleta ni costal.
Va a Samaritanos a reunirse con los demás habitantes de calle en el acostumbrado taller que organiza la fundación con manualidades o charlas de superación. Luego, Gustavo acude al rebusque vendiendo los inciensos que le regalaron.
Tiene hambre, por lo que decide pedir para comer algo o para el consumo. También recurre al reciclaje, sentándose en una calle de El Calvario para escarbar entre la basura que se puede encontrar desparramada en algunos rincones. “He comido hasta de los desperdicios”. Cada vez que pide limosna, la gente lo mira sorprendido y luego lo evade. Pero en El Calvario, la población vulnerable lo mira con respeto.
Cuenta que por 11 años vivió en Alemania y que tenía 30 a su regreso a Cali: “Es duro vivir en Alemania, no solo por el frío, por todo, las personas, todo”. En esa época, el modelaje pasó a un segundo plano y decidió dedicarse al ejercicio y a fortalecer su cuerpo como fisiculturista. Pero una pena amorosa lo devastó y la estocada final que aumentó su dolor la tuvo cuando murió su madre adoptiva. Aunque desde muy joven ha buscado a sus padres biológicos, Gustavo dice que no ha podido encontrarlos. “Yo sé que hay personas que saben dónde están, pero no me dicen. Y sé que ellos también me pueden encontrar”.
De su familia de crianza comenta: “Veo a un padrino. ¿Que por qué no vivo con él? Porque no me ha ofrecido su casa”.
Los episodios de un matrimonio fallido y la muerte de su madre adoptiva ocurrieron en esta última década en que terminó viviendo en la calle y sumido en el consumo del crack. “El vicio es una maldición”: una frase que repite al mostrar una hilera de cicatrices en el antebrazo y la muñeca derecha.
“Me corté las venas después de ocho meses de no consumir. Fue un momento en que ya uno no quiere nada más”. Sin embargo, con apoyo de amigos de la misma calle y de Samaritanos, Gustavo se refugió en la oración. Dice que Dios, en el que cree vehementemente, lo protege, como cuando lo apuñalaron en la espalda para robarle una muda de ropa adicional que en algún momento llegó a tener en una bolsa. “Aquí donde me ve solamente tengo lo que llevo puesto. Ayer no tenía zapatos porque se fueron dañando y una persona que va a dar comida a los habitantes de calle en el centro me regaló unas botas. Me preguntó: ¿Le sirven? Porque son talla 43. Por supuesto, pero ¡ay!, me tienen con peladuras en los pies”. Es lógico, las usa sin medias.
La hora del almuerzo es en Samaritanos
Se reúne de nuevo con sus amigos y en la tarde vuelve a coger calle. Su cuerpo ya no refleja lo que era en su época dorada cuando era fotografiado para la publicidad de la empresa Bruno Banani. Solo le quedan sus grandes y tristes ojos verdes y el cuerpo enfermo por causa de la tuberculosis. “Mis últimos años de vida serán aquí, en El Calvario”, dice resignado, al seguir afirmando que los habitantes de calle, como él, son sus amigos y la familia que le queda.
Reitera que tratar de abstenerse de consumir la cocaína que lo ha deteriorado físicamente es una lucha constante. Su vida transcurre entre la ansiedad, la depresión y la soledad porque no tiene una pareja. No deja claro si tuvo hijos con quien sostuvo el matrimonio que terminó.
Gustavo vuelve a sentir ganas de consumir. Se acerca la noche y es consciente de que al hacerlo no irá a Samaritanos. Lo espera su frío ‘penthouse’ en pleno andén.
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