Juan Carlos camina por la capital del Valle con una maleta al hombro en la que lleva ropa y zapatos. Lo hace porque es posible que la noche lo sorprenda en alguna esquina o debajo de un puente, como lo ha hecho en los últimos 16 años.
Este caleño de 53 años muestra una amplia sonrisa, saluda a todo habitante de calle cuando llega al centro de la ciudad extendiendo su mano derecha, vendada por una de las tantas heridas que ha recibido, muchas veces por defender su ropa de un intento de robo. (Lea también: Los millonarios hilos que mueven la indigencia en el país)
Pero quizás una de las cicatrices que más le pesa y aún le causa dolor es la de una puñalada en la nuca. Juan Carlos sigue sonriendo. Luego cambia el semblante y dice: “Fue Andresito”. Es su hijo de 20 años, el mayor de los tres que tuvo con diferentes mujeres. Juan Carlos dice que Andrés también es habitante de calle y que le duele que haya seguido sus pasos. El joven tiene un proceso por microtráfico desde cuando era un menor de edad, que lo llevó a estar recluido en el centro de rehabilitación para infractores Valle del Lili, en el sur de la ciudad.
Pero Andrés estuvo poco tiempo en ese lugar y el año pasado, cuando se encontró con Juan Carlos, se enfrentaron. “Me dejó en cama, muy mal”, dijo el hombre, quien piensa que su hijo está resentido por abandonarlo. “El matrimonio se dañó por la droga que yo metía y mi niño creció sin ver a su papá”, reconoce. Cuenta que de un cigarrillo de basuco que podía fumarse a diario pasó a 40 en una semana.
“La droga me ha puesto muy mal. Estoy vivo por el Señor”. Llora al contar que tuvo un problema de corazón y que le practicaron un cateterismo. Pero además tiene un problema en un riñón. Eso lo ha puesto a pensar y ahora está en un proceso para tratar de dejar la droga.
“Antes usted me hubiera visto y pensaba que yo era un loco. Ahora tengo esta ropa”. En la orquesta Son de la Calle de la Fundación Samaritanos, de la que hace parte, ha compuesto dos canciones y es vocalista.
CALI