En la plaza de Cañaveralejo se dio este domingo la corrida de pascua, primera de la feria, con toros de Juan Bernardo Caicedo y un tercio de plaza copada.
Astifinos, bien comidos y bien armados fueron los toros sabaneros que lucieron su trapío y honraron la plaza en la apertura de la feria sesenta.
Los cuatro primeros fueron ovacionados en el arrastre, mientras el quinto fue pitado y el sexto silenciado. Recargaron en varas, pelearon en los medios y llegaron a la suerte suprema con las bocas cerradas y los ímpetus íntegros. El primero y el tercero, con sus 530 kilos y su imponencia, fueron como para Madrid.
La terna colombiana les anduvo a la altura. El balance de solo una oreja dice muy poco de la importancia torera que tuvo la tarde. Si no hubo más trofeos fue por la exigencia del público y el palco, por un lado y, por el otro, por el pinchazo y el descabello.
Ramsés Ruiz. Rayó a gran altura el torero bogotano con el buen mozo Peluquero, el tercero. Verticalidad, aplomo, quietud, compromiso, temple y ligazón cotizaron un quehacer de torero caro, que se fue arriba en dos tandas naturales de frente, muy rimadas. La música y las gargantas acompañaron de principio a fin. La espada, total pero levemente contraria, quizá impidió la segunda oreja. Con el sexto, playero y áspero, porfió y arriesgó sin recompensa.
Paco Perlaza, en sus dieciocho años de alternativa, se mostró maestro, pero sin perder la fogosidad y expresividad de su toreo. Al primero, el más toro de la tarde, le pudo, le mandó y le brilló, incluso por encima de su oponente. El público, frío, no le dio argumentos al presidente para premiar, pero exigió un saludo clamoroso que resultó poco. Con el cuarto no fue menos, pero, haciendo todo bien, dio en hueso y perdió recompensa.
Cristóbal Pardo se topó con los dos toros menos propicios. El segundo, clasudo pero de poca transmisión, le restó eco a su aseada labor. El quinto, mansurrón, exigió apuesta pero no pagó.
Buena pero, sobre todo, seria corrida, que mereció más público.
JORGE ARTURO DÍAZ REYES