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La abuela que se echa al hombro la Navidad en santuario de Guadalupe

Zulma Martín es la devota número uno del tradicional templo vecino de Monserrate.

FELIPE MOTOA FRANCO
Para Zulma Martín de Franco, la abuela que completa 17 años como voluntaria del santuario de la Virgen de Guadalupe (cerro vecino de Monserrate), la Navidad es una temporada que no puede pasar sin celebrarse. Por eso, con ahorros e ingenio consiguió capas, gorros y otros detalles que ha puesto al servicio de “la época más bonita del año”.
Esta samaritana nació hace 73 años en el barrio Eduardo Santos (localidad de Los Mártires) y desde muy pequeña sus padres le inculcaron una fe y religiosidad que hoy trata de compartirles a los Niños Cantores de Guadalupe, un coro de 16 chiquillos, entre siete y doce años, que cada domingo la acompañan en los cánticos litúrgicos y villancicos.
A las 9 y 10:30 de la mañana, así como a las 12 del mediodía y las 2 de la tarde de cada jornada dominical, los chicos la respaldan en su esfuerzo de alabanza divina. “Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor” y “tutaina, tuturumá, tutaina, tuturu-maina” son algunas de las canciones que se les oyen entonar a ‘pulmón herido’, como dice la expresión popular. Y es que si bien los Cantores no son los más afinados del mundo, nadie podrá decirles que no hacen su mayor esfuerzo. Así lo corroboran los peregrinos, quienes pagan con aplausos y sonrisas la buena onda de este kínder.
Lo que pocos saben es que los atuendos que luce cada pequeño, que simulan los ropajes de Papá Noel, fueron cosidos y gestionados por la propia Zulma. “En la puerta de mi casa vendo guitarras. Con eso consigo para los refrigerios de ellos. Y como sé coser, también consigo para comprar telas y hacerles vestuarios, capitas de colores litúrgicos y navideños, como los que les puse este diciembre”, revela la matrona.
Ella vive en el barrio Quiroga (Rafael Uribe) y de allí mismo son los pupilos que semanalmente trastea en un bus que le cobra 80.000 pesos (ella aporta la mitad, confiesa en voz baja). Siempre, para mantenerles la barriga calientica y el corazón contento, se carga dos termos de aguapanela, que les sirve con pan.
En el 2016, año en que el cerro de Monserrate cerró su sendero peatonal por temas de prevención y mantenimiento, su vecino ha tenido que acoger a los peregrinos ‘huérfanos’, que ahora llegan en carro y por centenares. Si antes la afluencia a cada eucaristía era de 100 a 150 personas, hoy reciben entre 400 y 500 devotos en cada misa.
Niños Cantores de Guadalupe, acompañados por la abuela que les enseña a cantar, Zulma Martín (centro). Atrás, la Virgen de Guadalupe.
Voluntad
Pero el camino para conseguir que el santuario de Guadalupe sea uno de los más visitados de Bogotá no ha sido fácil ni se ha dado de la noche a la mañana. Zulma, como ya se dijo, comenzó su voluntariado hace 17 años, luego de que un coronel de la Policía le ofreció un regalo para época de Navidad (sus tres hijos son maestros en instituciones educativas, uno de ellos, en el colegio de la Policía).
“Le dije que el regalo más grande que me podía dar era llevar un grupo de niños a conocer Guadalupe. Cuando llegamos allá había un padre, Rolando Rodríguez, recién nombrado. Como vio mi entusiasmo, hicimos buena amistad y me pidió que me quedara con él de voluntaria: ‘esto está muy solo y hay que meterle esfuerzo’, me dijo. Yo le respondí que sí”.
No era la primera vez que ofrecía sus buenos oficios, pues en la iglesia de San Ignacio de Loyola, del barrio Quiroga, ya completaba ocho años de ayuda.
Lo primero que hizo, en compañía de una hermana y una amiga, fue donar un millar de ladrillos, los mismos que un domingo les mostraron a los escasos visitantes que llegaban. Tocaron corazones, puertas y lograron que la gente les pagara por el material, lo que a su vez les permitió comprar arena y cemento para los arreglos que urgían en el lugar. No faltaron algunas empresas que también aportaron su granito.
Pasaron los años, el buen mantenimiento se hizo realidad, el santuario mejoró y así convenció al padre para que ofreciera una misa cada domingo (antes era una eucaristía quincenal). La devoción creció como maíz pira para la novena “y ahí vamos, han pasado siete sacerdotes y hoy por hoy se ofrecen cuatro misas al día, como ya le dije”, expone satisfecha.
Guadalupe (5 años), Valentina Franco (8 años) y Esteban Franco (10 años) son sus nietos, que ya la acompañan en su labor dominical, junto con los demás chiquitos que en este año vieron cómo el Ejército les regaló, a cada uno, un tarro lleno de dulces y un juguete, más la inexcusable natilla con buñuelo.
“Este año me enfermé harto de la garganta, pensaron que tenía cáncer y me iban a operar, pero por la presión alta no se pudo. Le rogué a la virgencita que no me hiciera operar, y vea que me alivié. ¡Me hicieron exámenes y no tengo cáncer! En cambio, sigo siendo la que más duro canta allá en la iglesia”, finaliza complacida.
FELIPE MOTOA FRANCO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter @felipemotoa
FELIPE MOTOA FRANCO
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