Me pregunto qué diría un comité de ética si un periódico indujera a sus lectores a cambiar comportamientos, a vender o comprar propiedades, a suspender relaciones amorosas o a cambiar de trabajo. Todo eso con el agravante de que la intromisión proviene de afirmaciones sin base científica o factual, producto de la pluma de un periodista que ya había demostrado estar equivocado y se lucra de la ingenuidad de la gente.
Pues eso es exactamente lo que pasa con los horóscopos que nos inundan por esta época, incluso en medios de la mayor seriedad. No sé si en eso se configura un delito, pero sí estoy seguro de que el citado comité de ética tendría muy serias objeciones.
Horóscopos y cartas astrales se basan en creencias y mitos de diversas culturas, en escritos antiguos que están equivocados y se contradicen en sus predicciones. Los signos del Zodiaco, por ejemplo, no son 12 sino 13, y hay quienes piensan que 14. Los astrólogos esconden ese hecho, que nos obligaría a reubicarnos en signos diferentes al nuestro tradicional, cambiando el análisis de personalidad y las predicciones de toda la vida ¡Qué oso!
El nombre y carácter de los signos se derivan de lo que creían ver en las estrellas astrónomos de la Antigüedad. Podrían haber imaginado cosas distintas. Hoy, por ejemplo, no verían una balanza (pieza de museo) en los astros del signo Libra. De pronto verían un brasier, y eso nos dañaría a los del signo nuestra proverbial fama de equilibrados.
En los análisis de personalidad hacen afirmaciones generales que le cuadran a cualquiera. Aprovechan lo que en sicología se llama efecto Forer (o la falacia de validación personal). Forer sometió a sus estudiantes a un test que supuestamente había elaborado para definir la personalidad. Posteriormente, le entregó a cada uno su resultado y le pidió que calificara su precisión de 0 a 5. El test recibió una excelente calificación promedio de 4,2, lo que señalaría que logró describir muy bien el carácter de cada cual.
El asunto fue que Forer no leyó los exámenes y les entregó a todos los estudiantes el mismo resultado. Este le decía al examinado que tenía gran necesidad de aprecio, pero que era crítico consigo mismo. Que trataba de compensar las debilidades que se reconocía. Que aparentaba control, pero que en el fondo estaba lleno de inseguridades, y así muchas otras cosas, muy personales e íntimas. El texto les cuadró a todos. Así, la mayoría de astrólogos usan esa técnica, y la gente siente que acertaron.
Algunos se arriesgan a pronósticos más precisos, y en ellos casi siempre se equivocan, pero nos recuerdan solo sus aciertos, confiando en que la gente ignora las predicciones que no se cumplen. Este año habrá quienes se vanaglorien de haber predicho la muerte de Fidel Castro; no nos recordarán que llevaban 10 años prediciéndola.
Invito a los lectores a que busquen en la web las predicciones que hicieron sus astrólogos preferidos para el 2016. Una conocida astróloga mexicana pronosticó la caída de Maduro y que Jeb Bush iba a ser presidente. El más importante astrólogo de Puerto Rico lamentó informarnos que el papa Francisco sufriría una grave enfermedad. Acertó, eso sí, al predecir que en el mundo habría más refugiados. Nostradamus la embarró peor porque predijo (o fue interpretado, y eso lo salva) el comienzo de una guerra generalizada de 27 años, un gran terremoto en Estados Unidos y (oigan, economistas) el final de los impuestos en el mundo.
A mí, el astrólogo colombiano de cabecera me predijo que iba a participar en muchos eventos al aire libre (¿mi caminata diaria por el Park Way?) y me recomendó utilizar mi capacidad creativa para labrarme un buen futuro. Comparto feliz estas buenas predicciones con otros 625 millones de terrícolas libra.
Moisés Wasserman
@mwassermannl