A los arrieros y campesinos de San Cristóbal (Antioquia).
Rudolf Hommes, columnista célebre, exministro de Hacienda colombiano y promotor de la llamada Apertura, política económica neoliberal que significó el aceleramiento del proceso de desindustrialización temprano en el país, en una columna reciente, ‘Inmigración: ¿política de desarrollo?’ (noviembre 20 del 2016), analiza el proceso inmigratorio colombiano como un total fracaso, y afirma acertadamente que Colombia perdió una oportunidad histórica al rechazar a los inmigrantes y sus talentos, debido a su política xenofóbica y antisemítica. Incluso, los pocos que entraron “sentaron las bases para la industrialización de los años 40 y 50”. No comparto esta última frase.
Una cosa es un proceso, y otra, los momentos del proceso. Probablemente, algunos de los inmigrantes sí contribuyeron al proceso de industrialización colombiano, pero el proceso estaba en marcha y en sí mismo es completamente nacional, no solo por el origen de los capitales, sino también por quienes lo emprendieron, pues como en el caso de los antioqueños, eran personajes sin mayores prosapias, trabajadores y no aristócratas, pero buenos negociantes que se convirtieron en industriales, dadas las circunstancias económicas propicias para hacerlo, a pesar de las condiciones geográficas, a cientos de kilómetros de la costa Atlántica.
Aunque la provincia de Antioquia, en el periodo colonial, era una de los más atrasadas del Virreinato, fue en este territorio donde arrancó y se afianzó el desarrollo económico colombiano, el cual es el resultado del proceso histórico llamado Colonización Antioqueña o Cafetera, que se hizo en unas condiciones que facilitaron el trabajo independiente, tanto en minería, en la agricultura como en el comercio.
Sin ninguna duda, entre los efectos más importantes de la Colonización Antioqueña está el de la industrialización, señala Estanislao Zuleta: “Los orígenes de nuestra industrialización no están ciertamente en las grandes planicies, sino en las montañas que conquistaron para sí los colonos independientes” (‘Conferencias sobre historia económica de Colombia’).
La industrialización se produce gracias a todas las redes de valor agregado configuradas alrededor del café, como el ferrocarril, el almacenamiento, las trilladoras, los empaques, el comercio, etc., y aquellas otras jalonadas por los ingresos crecientes de innumerables cafeteros pequeños y medianos, y al mejoramiento en la distribución del ingreso, tanto urbano como rural.
Igualmente, el historiador Marco Palacios (1995, ‘Entre la legitimidad y la violencia, Colombia 1875-1994’) afirma que “en la expansión cafetera debe buscarse la explicación del crecimiento económico que, de la Primera Guerra Mundial a la Gran Depresión, alcanzó la tasa más alta registrada. Dado el signo positivo de los términos de intercambio, el poder de compra de las exportaciones se quintuplicó (…) El café dinamizó las importaciones y el crédito bancario”.
En este mismo sentido, Alfonso López Michelsen (1974, ‘El mandato claro’), presidente de Colombia entre 1974 y 1978 y agudo analista nacional, en su campaña presidencial afirmaba: “¿Cuál ha sido la palanca del desarrollo de los últimos cuarenta años? ¿De dónde salió la maquinaria para las fábricas de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla? ¿Quién produjo los dólares para comprar ese equipo?”.
Sigue López: “Durante cuarenta años fue el sudor de los sembradores de café –nuestro principal producto de exportación– lo que permitió traer de Estados Unidos, Alemania e Inglaterra todo el parque industrial colombiano que nos permite tener esa industria. Es el esfuerzo, no de los empresarios ni de los industriales únicamente, sino del sudor campesino sobre la cordillera y las vertientes de los Andes, lo que nos permitió que un país como el nuestro se industrializará a un ritmo rápido”.
Situar el origen del proceso de industrialización colombiano primero en la sangre judía de los paisas, luego en los apellidos vascos y, ahora Hommes, en los inmigrantes, es desconocer lo observado por el malogrado mariscal español Jorge Robledo en Antioquia, según su ‘Relación de Anserma’ y los cronistas, al interpretar los conocimientos y prácticas económicas de los nativos, como cobrar peajes por pasar por un puente sobre el río Cauca, “más ancho que el de Sevilla”, y por tener “sistema de pesos y medidas” para el comercio, etc.
En la transcripción del original del siglo XVI del Archivo General de Indias por Hermes Tovar Pinzón se lee que Robledo calificó a los nativos como "muy vivos en el hablar e muy entendydos e avisados para ser yndios” (Tovar mantiene la ortografía del manuscrito).
¿“Para ser indios”; para ser campesinos, iletrados, directos en el hablar y honrados en el pagar? Sí, esta es la gente que cambió este país. No los ‘doctores’ y letrados de Bogotá y Manizales ni tampoco los inmigrantes de Hommes.
Posdata: agradezco las referencias sobre el mariscal Robledo a Norberto Vélez E., autor del texto ‘Antioquia antigua’, aún sin publicar, en el que desarrolla la historia de Antioquia antes de la llegada de los españoles, y coautor con Sofía Botero del excelente libro sobre nuestros orígenes: ‘La búsqueda del valle de Arví’, publicado por Corantioquia en el 2000.
Guillermo Maya