A Dabeiba Cárdenas le tocó aprender a convivir con uno de los principales expendios de drogas en Bogotá. La vivienda en la que su familia reside desde la década de los cincuenta del siglo pasado queda justo en el cuadrante más peligroso del barrio San Bernardo, donde por más de 15 años reinaban el hampa y la delincuencia.
“Era terrible salir de la casa. En la mañana había habitantes de calle durmiendo frente a la puerta y luego de las 2 de la tarde comenzaba el consumo (de drogas) en las esquinas”, cuenta Cárdenas. Debido a los problemas de inseguridad en la zona, su madre sufrió de estrés y enfermó. “Dejé mi trabajo para cuidarla”, agrega.
La olla de San Bernardo se ubicó entre las calles 2.ª y 4.ª y las carreras 10.ª y 11B. De acuerdo con los habitantes del barrio, las personas que vivían en la calle del ‘Cartucho’ se desplazaron hasta esta zona luego de la intervención en la primera alcaldía de Enrique Peñalosa (1998-2000). La presencia de jíbaros, habitantes de calle y prostitutas fue aumentando con los años, pero la situación había empeorado con el operativo policial que le dio fin a la calle del ‘Bronx’, en mayo de este año.
Parte de los problemas de delincuencia y microtráfico de Los Mártires se trasladaron al ‘Samber’, como se le conoce popularmente al sector. Sin embargo, el pasado 9 de septiembre, las autoridades intervinieron el barrio y empezaron con su recuperación.
Samuel Amézquita, líder comunal, recuerda que días después del operativo, los vecinos limpiaron y pintaron las fachadas de las casas de la carrera 11A, una calle en la que era imposible transitar a menos de que alguien fuese a comprar drogas.
“Mire hacia allá”, dice Amézquita, señalando una vivienda abandonada, con el portón dañado y las ventanas tapadas con ladrillos. “Las ollas quedaban en las casas que no eran de familia. Hablamos con sus dueños y arreglamos las fachadas”. Este hombre que lleva viviendo cerca de 50 años en el barrio afirma que hasta allí llegaban jóvenes en camionetas blindadas tras el cierre de las discotecas para comprar todo tipo de estupefacientes y seguir la fiesta.
Caminar por la carrera 11A sin pensar en que un jíbaro lo podría agredir era inimaginable para Amézquita hace tres meses. Según dice, quienes trabajaban con los ganchos de la zona no se metían con los habitantes del barrio, pero era riesgoso cruzar el cuadrante del hampa. “Aquí la gente era y es reservada. Por ejemplo, los muchachos tiraban la droga en la calle para que en las requisas de la Policía no los cogieran, y la gente no decía nada por miedo a que después les hicieran algo”.
En alcantarillas y muros de casas centenarias, los delincuentes también escondían lo que traficaban. Lo mismo ocurría en algunos inquilinatos: eran sitios para la venta y el consumo. Pero, poco a poco, la comunidad está recuperando su barrio, otrora uno de los más emblemáticos del centro de la ciudad y donde hoy viven al menos unas 10.000 personas. “Algo simbólico que pasó luego de la intervención es que aquí (carrera 11A) pudimos hacerles la fiesta a los niños en octubre. La adornamos con bombas e hicimos juegos. Eso nunca habría pasado sin el operativo”, señala Amézquita con orgullo.
Menos basura y más comercio
Los ductos de aguas negras eran completos basureros. Aunque la mayoría ya están limpios y en la carrera 11 se adelantan obras para mejorar la malla vial, el cúmulo de desechos y los malos olores continúan. “Recuerdo bien cuando vino el Acueducto a ayudarnos a limpiar. Las máquinas sacaban toneladas de papel, plástico y ropa”, rememora el líder comunal.
Johana es una de las escobitas de Aguas de Bogotá que trabaja en San Bernardo. Desde hace un año recoge las basuras de todas las cuadras del barrio, incluso las ocupadas por las ollas. “Era muy complicado barrer por acá porque los habitantes de calle no nos dejaban. Solo podíamos recoger ropa sucia y palos. Por eso existe tanta suciedad”, dice.
Además de no poder cumplir con sus labores, Johana estaba expuesta a que la lastimaran como casi le ocurre a Jaqueline, una de sus compañeras. “Un día estaba barriendo en la esquina, y por poco un habitante de calle me apuñala”, afirma la mujer, quien lleva una gorra para protegerse del sol y un patabocas. Ambas aseguran que la inseguridad ha disminuido, pero sigue siendo recurrente ver a vendedores de drogas y consumidores.
No obstante, las basuras no solo afectaron a los residentes, también a los comerciantes. San Bernardo ha sido un tradicional punto para el comercio de muebles. Muchos negocios cerraron o trasladaron sus instalaciones y fábricas a otros sectores porque los clientes no eran capaces de soportar los fétidos olores.
Armando Avendaño es uno de los pequeños empresarios de muebles que trabajan en el barrio. Su casa, que a la vez funciona como bodega, queda en la carrera 11A. Solo después de la intervención, en septiembre, volvió a sacar su mercancía a la calle. “Esto era muy bravo. Nos perjudicaban las ventas, el transporte de los muebles…”, dice mientras termina de lijar la cabecera de una cama.
Actualmente, el comercio del sector trata de recuperarse de los años en que la delincuencia no los dejó progresar. De hecho, algunas fábricas y almacenes volvieron a abrir recientemente para aprovechar la temporada navideña, y en el primer fin de semana de diciembre se organizó una feria sobre el corredor peatonal de la carrera 10. “Aunque la seguridad para nosotros y los clientes ha mejorado bastante, todavía se ven expendios de droga. Toca que las autoridades sigan con el control en la zona para poder vender mejor”, asegura Fáber Guayara, propietario de un local de muebles cercano a la estación Bicentenario de TransMilenio.
Precisamente, la Policía mantiene cerrada con vallas las carreras 11 y 11A y hace recorridos por las demás cuadras. Y aunque San Bernardo ya no es esa pequeña república del hampa, aún quedan pocos resquicios de la olla que fue. “Todavía se ven jóvenes consumiendo droga e indigentes durmiendo en el parque, donde se supone que los niños juegan. Por eso debemos seguir trabajando para quitar el estigma negativo que tiene el barrio”, puntualiza Amézquita.
Lo que falta por recuperar
Gustavo Niño, alcalde local de Santa Fe, le dijo a EL TIEMPO que aún faltan puntos del barrio por recuperar, como el parque El Educador -el único espacio de recreación para los habitantes de San Bernardo- y algunas casas que, según denuncias de los residentes, sirven como expendios. “Estos sitios críticos desaparecerán cuando la comunidad fortalezca su trabajo. Por eso hemos venido colaborando con la adecuación de las calles, la pintada de fachadas y programas deportivos, así como actividades sanas, junto con el Instituto Distrital de Recreación y Deporte”.
En cuanto a la seguridad en el sector, Niño explicó que 150 efectivos de la Policía hacen guardia en el barrio. “Son tres turnos para que tanto los vecinos como los comerciantes se sientan más tranquilos”. Los uniformados se aseguran de que en la zona donde antes estaban las ollas no vuelvan a instalarse habitantes de la calle.
JOSÉ DARÍO PUENTES