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Vergüenza nos debería dar...

Equiparar la terquedad del expresidente Uribe con el embargo cubano por EE. UU. es un despropósito.

Sinceramente, equiparar la terquedad del expresidente Uribe con el embargo cubano por Estados Unidos es realmente un despropósito; más aún, que el Papa tenga que llamar al hoy senador Uribe y al presidente Santos para resolver sus profundas diferencias es una verdadera vergüenza para Colombia. Y será aún mayor si de esto no sale nada, como parece.
Aunque los uribistas se enerven, como siempre, y acudan a los insultos personales, precisamente los críticos de este gobierno en muchos temas tienen la autoridad moral para expresar su reconocimiento a su increíble tarea por conseguir la paz. Por ello pueden ratificar que el presidente Santos ha hecho hasta lo imposible por ceder hasta donde era posible ante las peticiones del expresidente Uribe y sus fieles seguidores. La negociación incluía una contraparte que se olvida: nada menos que las Farc. Me perdonarán, pero que Uribe y Santos se odien es nada frente a la posibilidad de romper el acuerdo entre el Gobierno y este grupo guerrillero y volver a la guerra.
No se puede desestimar la gran labor del nuevo procurador, Fernando Carrillo, y de la Iglesia europea para concretar esta cita en el Vaticano. Su compromiso, sin duda, obedeció a su desesperación de ver y vivir en esta danza de odio y ofensas que ya se salieron de los límites de las fronteras nacionales para llegar al resto del mundo.
Pero, de nuevo, aquí ha quedado en evidencia la desubicación de los grandes jefes de la Iglesia católica colombiana que, con excepciones muy valiosas, no lograron cambiar la posición de los grandes jerarcas. Unirse la Iglesia católica colombiana a posiciones llenas de furia y de ideas del siglo XVI, como las del exprocurador que salió por actuaciones incorrectas, es inconcebible.
Si el Papa no logró que el senador Uribe flexibilizara su posición, con lo católico que presume ser, y si el presidente Santos insiste en seguir adelante con la implementación del acuerdo –con lo que muchos, nacional e internacionalmente, estamos de acuerdo–, esta pobre Colombia tendrá que acostumbrarse a vivir en medio de terquedades, pasiones, insultos, agresiones.
Lo único que queda es pedir que este problema, que es más que personal y cuenta con seguidores, no sea la semilla para una campaña electoral en el 2017 sangrienta, llena de ataques personales, y no sea el principio de un nuevo conflicto armado que sí ha existido, y que puede volver.
Es una verdadera vergüenza lo que está sucediendo, pero presidente Santos: siga adelante con la implementación de los acuerdos; y los que no desean más confrontaciones, no apoyen ningún candidato presidencial guerrerista, así disfrace su posición contra la paz con pajaritos dorados y frases aparentemente solidarias con el presidente Santos.
Sí, necesitamos un gobierno de transición con personas inteligentes, que hayan vivido el proceso de paz, que hayan demostrado su voluntad de dirigir la Nación desde la confrontación hacia los grandes consensos.
Este es el momento para empezar a fortalecer la débil democracia colombiana y sus instituciones frágiles, pero que existen. A diferencia de algunos de nuestros vecinos, Colombia ha iniciado un sendero lleno de dificultades, pero que, si se construye con la voluntad de todos, incluyendo a sus líderes, puede conducir a este país a un verdadero desarrollo, incluyente y sobre todo en paz.
Es absolutamente desgastador y poco estimulante abrir el periódico todas las mañanas para ver cómo va la gran pelea, o las innumerables pequeñas confrontaciones entre distintos sectores. Si a esto se le suma esta crisis de valores de esta sociedad, se tiene que hacer uso del patriotismo para no buscar otro país para seguir viviendo o terminar la vida.
Esta es la conclusión más dolorosa a la que puede llegar un colombiano de bien, no necesariamente uno que pertenezca a la odiosa gente bien, que ha mostrado sus uñas, robando descaradamente, y con un complejo de superioridad con el que pretende salvarse de sus culpas. Por fortuna, algo de justicia parece que queda en este país.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
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