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Sin llegar a la Casa Blanca, Trump ya prendió varios incendios

Sin llegar a la Casa Blanca, Trump ya prendió varios incendios

El presidente electo de EE. UU. ha generado polémicas por su postura frente a Rusia y China.

17 de diciembre 2016 , 05:50 p. m.

A Donald Trump todavía le falta poco más de un mes para asumir las riendas de la Casa Blanca.

Pero si sus acciones en este periodo de transición son un indicador, lo que se viene a partir del 20 de enero es como para abrocharse el cinturón, no solo por los polémicos nombramientos que ya ha hecho para armar el equipo que lo acompañará, sino también porque, en las últimas dos semanas, el presidente electo de EE. UU. ha sacudido el tablero de la geopolítica, al sugerir cambios en las relaciones internacionales –particularmente con China y Rusia– que tienen a los expertos con los pelos de punta.

(Editorial: ¿Para dónde va Trump?)

La más visible de todas es su aproximación al Kremlin de Vladimir Putin, algo en lo que viene insistiendo desde la campaña electoral.

Como Barack Obama cuando llegó a la presidencia en el 2009, Trump ha dicho que quiere borrón y cuenta nueva con Rusia y colaborar en frentes que son del interés común, como la guerra contra el Estado Islámico.

El problema con su planteamiento es que va en contravía –casi absoluta– con la política de EE. UU. en esta última década y que, en buena parte, se ha ajustado a la realidad en el terreno. (Lea también: Un año de convulsiones que acaban de empezar / Análisis)

Desde su llegada al Kremlin, Putin ha convertido en una prioridad recuperar el estatus de “superpotencia” para su país y desafiar la hegemonía estadounidense.

En el proceso ha cruzado “líneas rojas” que amenazan el esquema de paz que surgió después de la Segunda Guerra Mundial y de la caída del muro de Berlín.

Con su anexión de Crimea, la intervención en Ucrania y amenazas de expansión territorial en otros países de la antigua Unión Soviética, Putin ha puesto en jaque a la Otán.

Europa y EE. UU. han respondido con fuertes sanciones económicas que Trump, al parecer, estaría pensando en levantar.

Pero eso, de acuerdo con Steven Pifer, del Brookings Institute, generaría un pésimo precedente. “Provocaría pánico en otros Estados del Báltico y entre nuestros aliados europeos”, afirmó a EL TIEMPO.

Así mismo, una alianza con Putin implicaría cambiar de posición frente a Siria, donde EE. UU. está en abierta oposición al régimen de Bashar al Asad, al que se le acusa de crímenes de guerra por el asesinato de miles de civiles, mientras que Putin lo respalda.

Pero eso no es lo más grave. En el Congreso de EE. UU., tanto demócratas como republicanos tienen muy claro que Rusia es un rival en el que no se puede confiar.

Los ánimos se exacerbaron esta semana luego de una serie de reportes según los cuales la comunidad de inteligencia del país, entre ellos la CIA, están convencidos de que Moscú no solo intervino, a través del espionaje, en el proceso electoral estadounidense, sino que lo hizo para favorecer a Trump.

En ambos partidos, la cúpula ha catalogado el incidente como inaceptable y ha lanzado una investigación bipartidista para llegar al fondo del asunto.

Pese a la evidencia, que al parecer es contundente, Trump dijo no creer en ella y criticó a la CIA y a las otras 15 agencias de inteligencia que han llegado a la misma conclusión.

Y para recalcarlo nombró como secretario de Estado a Rex Tillerson, presidente de la multinacional Exxon Mobil y famoso por su estrecha colaboración con Putin, al punto de recibir en el 2013 la Medalla a la Amistad, la más alta distinción que entrega el Kremlin.

Más complicado todavía, el nombramiento de Tillerman plantea un claro conflicto de intereses, pues Exxon Mobile, la compañía en la que lleva 40 años trabajando, ha perdido más de un billón de dólares desde que EE. UU. y los europeos impusieron las sanciones contra Moscú.

La relación con China, el otro gran actor internacional, también se viene estremeciendo desde el triunfo de Trump. Especialmente desde que este recibió una llamada de la presidenta de Taiwán e indicó que la política de “Una sola China”, establecida desde 1979 cuando Washington reconoció al gobierno comunista de Pekín, estaba sobre la mesa y podía ser sujeta de cambios.

Inicialmente, el gobierno chino catalogó su pronunciamiento como “infantil”. Pero con el paso de los días dejó claro que esa política –bajo la cual EE. UU. no reconoce a Taiwán y China se abstiene de usar la fuerza para anexarse a la isla– no es negociable y de tocarse alteraría toda el tablero de ajedrez.

Fuentes que conocen a Trump sostienen que, como buen negociante, está tratando de presionar a China en ese frente para que el gobierno comunista ceda en otros frentes, como el del comercio y el de Corea del Norte. Pero los que conocen al gigante asiático saben que se trata de un juego muy peligroso.

“Usar a Taiwán como carta de negociación con China no funcionará, pero antes podría desatar un conflicto que nadie quiere y del que EE. UU. tendría que ser parte. Además es inmoral. Taiwán es una isla de 23 millones de personas que han creado una democracia estable y próspera que China hasta podría copiar. Son nuestros amigos y socios y no merecen ser tratados como si fueran mercancía”, afirma Richard Bush, director del Centro para Estudios Asiáticos en el Brookings Institute.

Pero con Trump nunca se sabe. Y dada la escasa trayectoria pública de las personas que lo estarán asesorando en política exterior, esta seguirá siendo un misterio hasta cuando ya estén posicionadas y mandando desde la Oficina Oval. Para bien o para mal.

SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Twitter: @sergom68
Washington

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