Investigadores dicen que es posible que la vida se haya originado en un charco de orines. Una explicación compleja que incluye un pozo de agua con urea y un mineral llamado estruvita, entre otros ingredientes. Todo un caldo de cultivo en el que se fijó un granjero español hace unos años mientras limpiaba el orín de sus cerdos. Pero la idea no es nueva, se lleva investigando por décadas, e incluso Charles Darwin estimó en su tiempo que un charco de agua caliente con fosfato y amoniaco podría ser el origen de la vida.
Detalles al margen, que nuestra existencia se haya originado en un charco de orines explica muchas cosas. Las guerras y las hambrunas, las invasiones y los genocidios. Corrupción, asesinatos y violaciones, todo tipo de crímenes. Aclararía todo, el horror y lo banal, desde las matanzas en Alepo hasta por qué el servicio al cliente de las empresas de celular es una porquería. Si evolucionamos de un charco de orines, entonces tiene sentido que tratemos al mundo como una cloaca. Así sea en las ruinas de Siria o en la opulencia de Dubái, esta vaina es un orinal.
Pero ni idea. Cada uno se agarra de lo que le conviene para hallarle respuestas a la vida. Otras teorías hablan de extraterrestres camuflados entre nosotros, e incluso hay quien afirma que nuestra galaxia en realidad no existe. Según ella, nuestra vida es una simulación computarizada generada en otro universo. Sus padres y su casa de la infancia, el amor de su vida, el gol que hizo en el colegio, el atardecer que subió a Instagram; sus amigos y su trabajo, sus hijos y usted mismo, todo es un experimento de laboratorio.
Entre esas hipótesis está también la de Dios, que es la más popular, pero no por eso la más acertada. Yo me quedo con la de los orines porque aunque los científicos se han equivocado tanto como las religiones, esos tipos nunca dejan de buscar. Si para que la vida se haya originado en un charco de orines se requieren fosfatos, para pensar que la creó un dios se necesita fe por toneladas. Las religiones, los ovnis y las simulaciones computarizadas son válidas si nos dan paz mental, pero cuando en nombre de cualquiera de ellos se cometen abusos, quizá sea mejor archivar el concepto.
Los que creemos en los orines estamos por nuestra cuenta, mientras que los fanáticos de Dios están blindados. Con él de su lado no tienen pierde, por eso hablan con propiedad de madres vírgenes y muros que se caen por arte de magia. No pagan impuestos, como cualquier iglesia de garaje, y le agradecen cuando ganan un partido de fútbol. Eso sí, no dicen nada cuando lo pierden, o cuando violan niños, masacran a los habitantes de un pueblo o se roban el presupuesto de un país sin sufrir las consecuencias, porque si esas cosas ocurren es porque Dios lo quiso así. Dios lo quiso así y a otra cosa como filosofía de vida.
Las religiones son tan buen negocio que en Estados Unidos mueven más dinero que Apple, Amazon y Google juntas, y ni hablar de lo que hacen en la cabeza de sus seguidores. Y en nombre de Dios todo se vale, por eso en Colombia Carlos Alonso Lucio hizo torcidos de tal nivel que lo inhabilitaron para hacer política, pero aun así se las arregló para discriminar a quienes son diferentes a él y su esposa. Hace poco la senadora Paloma Valencia, quien votó en contra de que algo diferente a matrimonios heterosexuales adoptara niños, dijo que el Congreso había que cerrarlo. Me extrañó que ella, siempre tan radical, propusiera soluciones tibias para acabar con un problema tan grave. El Congreso no hay que cerrarlo, toca es quemarlo, por mencionar un recurso que durante siglos fue usado por creyentes extremistas tipo Lucio, Morales y la misma Paloma.
Un charco de orines como creador de la vida... jamás oí una mejor definición de Dios.
Adolfo Zableh Durán