Un texto publicado por este diario rescató del olvido, con motivo de su 40.° aniversario, un episodio que sigue vigente en la memoria de millones de colombianos: la llegada al país del primer avión Boeing 747 de la aerolínea Avianca. El popular jumbo.
Fue un excepcional motivo para alimentar el orgullo nacional. Una compañía aérea colombiana ponía a disposición de sus usuarios un avión que hacía apenas cuatro años había revolucionado dicha industria por sus adelantos tecnológicos, su eficiencia y su imponente presencia: era la primera aeronave comercial de dos niveles. Dicho coloquialmente, ‘lo último en guarachas’.
Se trataba también de una época en la que un suceso de este talante podía, literalmente, paralizar al país, generar una conversación común en distintas ciudades y sectores de la sociedad. El jumbo de Avianca y el alboroto que causó su llegada fueron referente común para cientos de miles de compatriotas. El aparato fue un embajador de esta nación: no solo se llamaba El Dorado, sino que en su interior se acondicionó una galería con objetos precolombinos.
Generó desde la más inocente y pura, y por ello potente e imborrable, sensación de deslumbramiento en los niños que vieron volar rasante al coloso hasta la tranquilizadora confirmación para no pocos adultos de que el país se había enfilado por la senda correcta del desarrollo y el progreso, por lo menos en materia de transporte.
Fue recibido en el aeropuerto El Dorado por el entonces presidente, Alfonso López Michelsen. Días después recorrió las principales ciudades del país, donde efectuó sobrevuelos para satisfacer la curiosidad y saludar la emoción de miles de personas que salieron a verlo. Y a aplaudirlo. En los anales de la aviación local se recuerda, casi en calidad de gesta, su aterrizaje y posterior despegue de la muy corta pista del aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín (no operaba aún el José María Córdova, de Rionegro).
Puede decirse, pues, que los valores que nutrían entonces a la comunidad nacional permitieron darle a una máquina un recibimiento como los que hoy se brindan a los deportistas que regresan triunfantes. Esto no es mejor ni peor, simplemente reflejo fehaciente de una sociedad que cambió.
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