“Para cualquiera que siga de cerca el acontecer del teatro en nuestro medio, es más que claro que Pilar Caballero ha sido la diseñadora teatral más importante del país”.
De esta manera, Ricardo Camacho, director artístico del Teatro Libre, define la carrera de Caballero, quien falleció el domingo pasado y además de su larga trayectoria como artista plástica dejó su marca como diseñadora de vestuario y de escenografía en más de 20 montajes del Libre.
Caballero estudió bellas artes en la Universidad de los Andes y allí comenzó su relación con las artes escénicas.
Camacho recuerda que junto con Jorge Plata y otros estudiantes estaban buscando personas que quisieran formar parte de la fundación del grupo de teatro de la universidad. Luis Caballero, primo de Pilar, se la recomendó porque, según él, “tenía dotes histriónicas”.
“Actuó en El pedido de mano, de Antón Chéjov, que se presentó, junto con otras obras del mismo autor, en el Festival Nacional de Teatro Universitario, donde obtuvo el premio a mejor actriz”, recuerda el director.
Después de esa experiencia, Caballero se concentró en la carrera plástica y volvió a trabajar con Camacho en 1984, cuando ya se había creado el Teatro Libre, diseñando el vestuario de La balada del café triste.
“El trabajo de Pilar no se reducía al aspecto visual de la obra, sino que involucraba todos los apartados de la producción y sus observaciones sobre cualquier elemento del espectáculo eran siempre atinadas y certeras”, evoca Camacho.
Recientemente, la artista publicó el libro Diseños para teatro, en el que relata sus experiencias en los montajes donde participó.
“El Teatro Libre nunca habría consolidado su perfil sin el aporte de Pilar Caballero. Su talento, imaginación, entusiasmo, creatividad desbordante pero inteligente, su gusto exquisito, fantasía, agudeza y sensibilidad para detectar el alma de la obra, su generosidad, modestia, desprendimiento, su bondad, gracia, simpatía y humor, iluminaron la vida del Teatro Libre y dejan un vacío muy difícil de llenar”, finaliza emocionado Ricardo Camacho.
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