Al final del año ocurren fenómenos individuales y colectivos de los que apenas somos conscientes.
Los estudiantes cumplen su año escolar y pasan a otro escalón que será como un nuevo inicio de la vida. Si no se aprueba, es inevitable la sensación de pérdida (perdió el año), junto con una terrible expiación que condena a ‘repetir’, como si el tiempo pudiera regresar al origen nuevamente. Resulta increíble que la discusión sobre el tema se limite a unas cuantas sentencias sobre la disciplina, la responsabilidad y la calidad. Si se pierden dos o tres asignaturas, ¿por qué repetir aquellas en las que se obtuvieron buenos resultados? ¿Por qué desvincular al estudiante de sus compañeros? ¿Por qué hacerle sentir que fracasó en todo? También se podría preguntar si hay maestros o colegios completos que pierden año y deberían repetirlo...
Los últimos quince días del año son como un tsunami en las entidades del sector público, donde los funcionarios inician una carrera sin control para acabar de ejecutar el presupuesto, hacer contratos, cerrar informes y concluir proyectos como si el 31 de diciembre fuera el fin del mundo y todo hubiera que dejarlo para iniciar de ceros en una próxima creación. Es el momento ideal para firmar cuanto papel haya pendiente la víspera de año nuevo a fin de evitar que los recursos “se pierdan”. Así dicen que les sucede a los dineros que no se gastaron a lo largo del período fiscal y deben ser reintegrados al presupuesto general del año siguiente.
La barahúnda pública arrastra al sector privado que contrata con el Estado y que además debe cerrar sus balances de la mejor forma posible. Sin embargo, las empresas tienen otro ritmo en el cual la medianoche del último día no es tan angustiosa. Algunas están preocupadas por sus ventas, que a lo largo de todas estas semanas finales marcan la diferencia entre un año bueno y uno malo. Otras, para las cuales hay una enorme monotonía en su desempeño, pues no dependen de períodos estacionales, pueden tener una larga quincena de fiestas y celebraciones con sus empleados. También hay actividades que cesan casi completamente, y decretan vacaciones colectivas.
El ritmo del tiempo, marcado por el año astronómico, tiene un enorme significado en la vida de los seres humanos y de los pueblos, pues es la principal medida del acontecer vital. Nuestro transcurrir personal solo puede comprenderse recurriendo al tiempo: la edad en años, el año en que nacimos, los años de estudio, los años de trabajo. Pero también solemos hablar de los años buenos, de los años duros.
Con la misma medida vivimos nuestra historia, y este año se recordará por ser el año en el que se logró firmar el acuerdo que dio fin a una guerra. Una de tantas que libramos. Quizá después se halle que el fin de esta dio origen a otra entre sectores de la sociedad que usaron la rebelión de un grupo armado para justificar sus propias violencias y mezquindades. La historia económica registrará el 2016 como el de la gran crisis del petróleo. Cada ciudad, cada remoto lugar tendrá un puñado de acontecimientos que le darán un significado especial al año que concluye.
Lo propio ocurre con el mundo, y ya los periódicos iniciaron sus ediciones especiales para señalar los personajes del año, los deportistas, las tragedias naturales, los descubrimientos científicos, los acontecimientos políticos que nos permitirán encadenar esas líneas del tiempo que van aclarando el acontecer histórico, porque mucho de lo sucedido es el desenlace de asuntos que ocurrieron hace dos, diez, cincuenta años. También se iniciarán procesos cuyo resultado solo lo conocerán las futuras generaciones.
¡Qué lástima que este país haya desterrado de sus aulas escolares la ventana de la historia! Sin ella no tendremos nunca la luz necesaria para entender nuestros años en toda su riqueza.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com