El promedio de personas quemadas en la noche y la madrugada de velitas disminuyó en Colombia, pero la cifra de 94 afectados sigue siendo preocupante. En Barranquilla, un muchacho perdió un dedo, una señora quedó sorda, una niña estuvo a punto de perder un ojo. Divirtiéndose entre amigos con fuegos pirotécnicos, los tres terminaron en el hospital. Situaciones así suceden por dolorosa tradición, en numerosos lugares del país, todos los años.
La pirotecnia no solo causa daños en Navidad. Se trata de una técnica legendaria artesanal que, además de totes, bengalas y triquitraques, fabrica fuegos de artificio en matrimonios, caprichosas figuras de colores que estallan en mágicas formas sobre el cielo y nos fascinan, causando ruidos ensordecedores.
Yo vivo frente a la iglesia de la Inmaculada, todavía un bonito sector de la capital del Atlántico, y soy testigo frecuente del recogimiento con que centenares de personas asisten a las misas de este templo, preferido por ellas y por las familias que celebran en él los casamientos de sus miembros.
Todo bien, hasta que las cortes nupciales salen viernes y sábado de la iglesia y sobre el cielo del barrio El Prado estallan estrellas y laberintos de luces artificiales que simbolizan la alegría de los contrayentes pero que espantan a las aves y las mascotas del sector, poniendo en peligro su salud y la de numerosos residentes del lugar. Esto, sin contar los gases contaminantes, el humo, las partículas dañinas generadas y el concierto de alarmas encendidas en vehículos a su alrededor.
En diciembre, y durante las fiestas de la Virgen del Carmen, los rituales de pirotecnia se multiplican en nuestra Inmaculada. Unos 15 voladores por noche, durante una semana, se suman a las dos o tres tandas de disparos luminosos tras cada matrimonio. ¡Qué tortura!
Según la Organización Mundial de la Salud, los fuegos artificiales producen un escándalo que puede llegar a los 175 decibeles, mientras el límite soportado por los niños es de solo 120, y de 140 el de los adultos.
Bebés, ancianos, enfermos y personas convalecientes soportan con malestar el ruido ensordecedor y la contaminación acústica de la pirotecnia. Miedo, estrés, palpitaciones, taquicardia, infartos, afectación del sistema inmunitario y, en caso de enfermedad, empeoramiento de la salud del paciente son sus efectos más comunes.
El uso de pirotecnia provoca también terror en los animales y con él taquicardias, temblores, asfixia, náuseas, aturdimiento, pérdida de control y, en algunos casos, infarto. Perros y gatos se aterrorizan, huyen y pueden ser víctimas de accidentes o perderse. Para las aves y otros animales pequeños, la pirotecnia es un explosivo de gran tamaño.
Sabemos que los fuegos artificiales son utilizados en aeropuertos del mundo para reducir los peligros de aves que chocan con aviones. Conocida como “de tres tiros”, esa pirotecnia aleja a las aves de las pistas. Si eso se logra con escasas detonaciones, será fácil deducir el gran impacto que produce en la fauna un espectáculo de fuegos artificiales con centenares de tiros durante quince minutos.
Lo mejor sería modernizarse. En ciudades como Collecchio, en Italia, cambiaron los fuegos artificiales ruidosos por otros sin sonido, que conservan el arte y el festejo sin dañar a las personas ni a los animales con su estruendo.
Los explosivos celebrantes ya no sobrepasan en Collecchio los 85 decibeles, para felicidad de personas y animales. De igual modo, el mundo explora compuestos pirotécnicos que son más amigables con el medioambiente. Fuegos artificiales de otra índole. Porque, sin duda, ni en la tierra ni en el cielo hay pólvora segura.
HERIBERTO FIORILLO