¿Conoce gente que se jacta de dormir poco o de “tener suficiente” con seis horas de sueño? Es algo que se escucha con frecuencia, sobre todo, entre jóvenes profesionales y especialmente entre hombres.
Para muchos, sin embargo, no se trata de una elección personal o de estar a la moda. La vida moderna, con sus exigencias laborales y domésticas, es una de las principales razones de lo que muchos llaman “una crisis global de privación del sueño”.
Y como todas las crisis, esta tiene un precio. Elevadísimo además. Más de 680.000 millones de dólares por año es el cálculo de las pérdidas en las economías de los países desarrollados por baja en la productividad debida a falta de sueño entre la fuerza laboral. Los malos hábitos de sueño le cuestan 411.000 millones de dólares a la economía de los EE. UU., que pierde 1,2 millones de días laborables al año.
Y ni se diga de los estragos de todo tipo que causa en el bienestar físico y mental. Una persona que duerme en promedio menos de siete horas por noche tiene un riesgo de mortalidad 13 por ciento mayor que alguien que duerme entre siete y nueve horas.
La idea del sueño como una pérdida de tiempo tan extendida, sobre todo entre las sociedades urbanas de grandes ciudades, es totalmente errónea, y finalmente la ciencia está demostrando las nefastas consecuencias no solo en el trabajo, sino en todos los aspectos de la salud, desde la vida sexual, las relaciones interpersonales, el aumento de peso, la diabetes y las enfermedades del corazón hasta el cáncer y el alzhéimer.
Arianna Huffington, la fundadora de The Huffington Post y una de las mujeres más poderosas del mundo, quien se ha reinventado como profeta del sueño después de una profunda crisis causada por no dormir suficiente, propone una “revolución del sueño” para retomar el control de nuestras vidas y compara la privación del sueño con la época cuando fumar cigarrillos era celebrado y considerado glamuroso.
El problema afecta también a los adolescentes. Ahora sabemos, porque suficientes estudios lo han demostrado, que el agotamiento, la depresión y la ansiedad en los jóvenes están conectados con la falta de sueño.
El mundo está lleno de adictos controlados por algo que deberían controlar: la tecnología –especialmente los cada vez más poderosos teléfonos portátiles, que no solo permiten hacer cosas increíbles sino también consumen el tiempo y la atención, paralizan el poder de enfocarnos, pensar, dormir, participar de manera significativa con los demás y conectarnos con lo que está a nuestro alrededor y lo que hay dentro de nosotros–.
La tecnología nos ha otorgado poderes que aceleran la velocidad de la vida más allá de nuestra capacidad para hacerle frente, y nos ha permitido entrar en el deliro de que necesitamos estar conectados hasta la adicción y trabajar hasta el agotamiento para tener éxito. El sueño es el sacrificio que se paga. Igualmente, estamos más conscientes que nunca de que esta forma de vivir nos deja agotados, distraídos e insatisfechos.
La necesidad de una buena noche de sueño en nuestro mundo de rápido ritmo, de dependencia de teléfonos y demás pantallas, perpetuamente acosados y sin tiempo para nada, es más importante –y esquiva– que nunca.
Por eso, si usted está entre quienes no duermen suficiente, le recomiendo que entre los propósitos para el próximo ano incluya mayor discriminación respecto a la compañía que lleva a la cama. No duerma con teléfonos o computadores portátiles. Ni siquiera les permita entrar a su habitación durante las 8 horas mínimas necesarias para vivir una vida más sana y feliz.
Cecilia Rodríguez