Hay que ser claros: la pólvora en Colombia está prohibida para usos por fuera de los permitidos por las autoridades. Esto quiere decir que quienes la utilicen en las celebraciones domésticas, de una o de otra forma, están siendo cómplices de un delito, al tenor de la Ley 670 del 2001 y del Decreto 4481 del 2006, que regulan la fabricación, distribución, venta y uso de juegos pirotécnicos.
Aquí no caben eufemismos ni distorsiones que tratan de insinuar que las normas solo cobijan a personas en estado de embriaguez y a niños, en virtud de la protección de su integridad; es necesario abrirle paso a la sensatez para entender, de una vez por todas, que no hay pólvora segura para ninguna edad.
La tradición tampoco justifica que por respeto a ella las cifras de quemados por esta causa, anualmente, se tengan que contar por centenares. Para la muestra están los 917 casos registrados oficialmente al año pasado, de los cuales 386 fueron menores de edad, muchos de ellos marcados de por vida, con unas consecuencias dolorosas y costosas. Y aunque hay que valorar que los registros han disminuido, esta tendencia no debe dejar tranquilo a nadie.
El objetivo ideal sería que en estas festividades de fin de año no hubiera una sola víctima por quemaduras de pólvora en ninguna parte del país. Sin embargo, con que estos episodios fueran la excepción que confirma la regla de un ‘no a la pólvora’ colectivo, amparado por la actitud vigilante de toda la comunidad y las campañas preventivas y disuasivas de las autoridades, resultaría un buen balance.
Y en este contexto, decir que los quemados el día de las velitas fueron la mitad de los del año pasado en casi todo el país es bueno, pero no es suficiente ni aceptable. Ya es hora de cambiar la costumbre noticiosa de sumar diariamente lesionados por pólvora en las fiestas de fin de año. Esa es una tarea en la que todos tenemos responsabilidad: los alcaldes, la Policía, los padres de familia. El ‘no a la pólvora’ debe ser una consigna general. Esta sí, una tradición, pues los irreparables y absurdos dramas de quemados, muchas veces por esa mezcla de licor y pólvora, no tienen cabida en el mes que se supone más alegre, en especial para los niños.