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La Revolución cubana en Colombia

Castro comprendió que la lucha armada había fracasado, y así se lo hizo saber a la guerrilla.

La muerte de Fidel Castro ha removido muchos aspectos de la historia de la América Latina y particularmente de la nuestra. Fidel y su revolución afectaron la vida política de nuestra nación.
Ese primero de enero de 1959 fue recibido con alborozo, pues significaba la caída del sargento Fulgencio Batista, un bárbaro dictador que al lado de otros como Trujillo inspiraron obras literarias como 'El señor presidente', de Miguel Ángel Asturias, o 'El otoño del patriarca', de García Márquez.
Recuerdo mi infancia en Chaparral cuando, en los años 59 y 60, los campesinos se embriagaban en el bar La Botella de Oro oyendo dos canciones populares: 'La sangre de Gaitán', alusiva a la muerte del caudillo por la ‘oligarquía’, y otra sobre la Revolución cubana, algunos de cuyos apartes aún recuerdo: “Fidel Castro, democrático y valiente, a Batista con valor lo derrotó...”.
“En Cuba, Batista ya no manda; en Colombia tampoco hay dictador, Pérez Jiménez ya se fue de Venezuela y a la Argentina Perón no volverá...”. Así era la euforia. El naciente MRL tenía entre sus lemas el apoyo a la revolución socialista cubana. Vendrían luego los problemas con el uso del ‘paredón’ contra los ‘contrarrevolucionarios’, la implantación del régimen comunista, la aplicación a rajatabla de la teoría marxista del centralismo democrático y del partido único. Al tiempo, se resaltaban los avances sociales de la revolución en temas como la igualdad, la salud y la educación.
Jóvenes ilusos pretendieron imitar el uso de la vía armada para combatir las injusticias sociales. Las Farc, el Eln, el M-19 creían que, al igual que los ‘barbudos’, podían derrocar al Gobierno e implantar un régimen comunista. Esas ilusiones se fueron desvaneciendo. Nunca existió la opción real de tomarse el poder por las armas. Pero Cuba y Castro siguieron gravitando en la política colombiana de muchas maneras.
El secuestro de aeronaves con destino a Cuba, en una de las cuales iba el entonces canciller Turbay Ayala. Lleras Camargo rompió relaciones con el régimen. Ya nadie recuerda esa época de los aviones secuestrados rumbo a Cuba. Como siempre, se acudió al expediente facilista de aumentar penas, hasta que con una hábil maniobra diplomática de Fabio Lozano Simonelli se logró un acuerdo con el Gobierno cubano para que no recibieran a los secuestradores.
No hubo más secuestros. Después recibió a secuestradores, pero de acuerdo con el Gobierno Nacional, incluso cuando no existían relaciones diplomáticas, como en el caso de la toma de la embajada de República Dominicana en 1980, para facilitar la liberación de los rehenes, o de los integrantes del Jega para ayudar al rescate, sano y salvo, del hermano del expresidente Gaviria, o en 1988 en las conversaciones para que el M-19 no matara y soltara a Álvaro Gómez Hurtado.
Claro que inicialmente apoyó los movimientos guerrilleros. Los ‘elenos’ recibían cursos en La Habana. El supuesto apoyo con armas al M-19, durante la administración Turbay, generó otra ruptura de relaciones con Castro.
En esa época además, una cúpula militar imbuida de la doctrina de la seguridad del Cono Sur trató de involucrar en un proceso penal a Gabriel García Márquez, quien por esa razón duró varios años sin venir al país. Tuve el honor de ser su abogado en ese episodio. En Cuba vivían dirigentes guerrilleros en desgracia, como los Vásquez Castaño, o se adoctrinaban otros, o se reponían, como Antonio Navarro después de que, ya de civil, inspiradores de la ‘guerra sucia’ trataron de matarlo en Cali.
Castro comprendió que la lucha armada había fracasado, y así se lo hizo saber a la guerrilla. Por eso, así como la apoyó, contribuyó a consolidar procesos de paz con todos los alzados en armas desde los gobiernos de Betancur hasta Juan Manuel Santos. Son las luces y sombras que marcan la vida de este hombre que entró ya, con todos sus aciertos y equivocaciones, por la puerta grande a la historia de América y del mundo.
Alfonso Gómez Méndez
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