Nadie podrá negar que Eduardo Escobar es uno de los mejores prosistas de Colombia. Aun atacando lo irrebatible y defendiendo lo inexcusable, despierta fervorosos aplausos de la galería. Pero qué digo, nada deja de ser atacable y nada deja de ser defendible, todo depende de la armazón que haya tomado la ideología, cuando se tenga, se conserve o se transforme. Esta en ocasiones tiende a ser inflexible como ciertos falos y en otras, complaciente como ciertos hímenes. Sostenerse toda la vida en un postulado puede ser síntoma de estrechez mental, pero abrazar el contrapensamiento –lo que antes se llamaba la traición a la causa– puede ser visto como reblandecimiento o viveza.
Una mentira repetida tiende a volverse verdad, es sabiduría del común, pero Krishnamurti va más allá cuando afirma que una verdad repetida es una mentira repetida. Por otra parte, nunca podré negarme a considerar a Eduardo –“el Querubín” le decía Fernando González– mi mejor amigo de vieja data, contando con las hartas diferencias que nos unen. A través de medio siglo largo de vida intensamente escrita y vivida, con goces y padeceres, involucrados en un azaroso movimiento poético sembrado de iluminaciones erráticas, no son pocos los reclamos que nos hemos hecho públicamente. Sobre todo por la cosa política, que es la más desdeñable, pero también por la estética y filosófica, que se supone más apreciable.
He venido percibiendo cómo mi amigo deviene renegando de quienes fueron hitos de sus poemas, acabando a la vez con la inspiración y con el canto; del Señor (que no se afeitaba con Gillette), de Neruda (“No toque Pinochet este cadáver”), del Che, del Tío Ho, de Óscar Gil, de la izquierda toda, y termina con Fidel en su huesa. Entiendo que se haya desinflado del sueño de la revolución al que le metimos el hombro, pero no es para desestimar como un anciano que inspira lástima al único hombre que desafió y se desafilió de un Imperio en sus propias puertas, y mantuvo su pobre revolución contra la reacción del bloqueo, que fue la forma de castigo de los gringos para impulsar el alzamiento de un pueblo, que 66 años después entierra a su líder con llanto, mientras el poeta se desgañita por su pretendido martirio. Fue una proeza más de Fidel y su pueblo sobrevivir al comunismo, que era su aliado y sostén, y continuar adelante con la dignidad del sacrificio. No es que queramos que nuestros países se vuelvan una Cuba embargada, pero nadie podrá nunca desdignificar la grandeza de su gesta. Y si se alega que muchos cubanos estuvieron y están contra el régimen, no conozco país del mundo en que toda su población esté de acuerdo con el gobierno.
Lo que sí sentí hace unos días como un nocaut del pugilista Eduardo sobre el mentón de toda nuestra cochada generacional fue su arremetida contra la más grande figura que haya dado la poesía, además en la forma de un niño, del precoz Jean Arthur Rimbaud, a quien, por amenguar la importancia del libro 'Estación Rimbaud', emitido por el Festival de Poesía de Medellín, de tendencia izquierdista como no se ha ocultado, catalogue su huida a Abisinia como la de un “empresario colonialista... entregado a enriquecerse comerciando con armas y esclavos...”. Y para ridiculizar su incierta participación en la Comuna de París, irrisoria referencia izquierdista, alude a una confesa violación de alzados o represores, cifrada en su poema 'El corazón robado'. Critica Eduardo el libro ‘de oídas’, lo que no es muy profesional que dijéramos, cuando es uno de los tomos más bellos y significativos que se han hecho sobre el cantor de las Ardenas, tanto que fue entronizado con honores en su casa museo de Charleville. Ay, Eduardo, si te llamaras Juan Arturo, como quisiste.
Jotamario Arbeláez
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