El Concejo de Bogotá aprobó en uno de sus últimos debates el proyecto de acuerdo 576 del 2016, en el que se autorizan recursos para incrementar en 69 el número de cargos de la Contraloría Distrital, con lo que pasaría de 976 a 1.045 funcionarios. De ellos, 43 serán de carrera, 3 asesores y 23 directivos. El costo de este incremento asciende a 9.000 millones de pesos al año.
Algo similar ocurrirá en la Personería, cuya planta pasará de 1.200 servidores a más de 1.586, la mayoría de ellos contratistas. Y el costo para las arcas del Distrito sería de 12.000 millones de pesos.
La noticia ha causado un explicable revuelo. La ciudadanía no entiende que en medio de tantas carencias y necesidades, advertidas por el propio Alcalde, se opte por darle prioridad a la burocracia. Máxime cuando estos órganos vienen siendo blanco de críticas por su paquidermia, falta de decisiones que golpeen los focos de corrupción y vínculos poco ortodoxos con la clase política.
Ya en el 2012 el mismo Concejo había aprobado un incremento de recursos para la nómina de la Contraloría, que creció en 63 nuevos cargos. De manera, pues, que el tema no es de ahora.
Los funcionarios encargados de tales despachos han explicado que las nuevas plazas se requieren ante el desafío que representa hacerles control fiscal a 116 entidades que componen el Distrito. Y que hoy dicho control solo alcanza a cobijar menos del 50 por ciento de lo que se requiere. Ello sin contar con que se han creado y se crearán nuevas dependencias que obligan a Contraloría y Personería a ajustarse a esos desafíos.
Si no fuera por los antecedentes frescos que se tienen de los citados organismos, que incluyen escandalosos casos de corrupción; si el ciudadano del común registrara sanciones ejecutadas con rigor jurídico y no con milimetría política; si tales despachos no se convirtieran en botín político de nadie y de verdad protegieran el bien común, las criticas cesarían.
Infortunadamente no ha sido así. Y ese es el desafío de los actuales titulares. Ya sus deseos se han cumplido. Ahora, a demostrar que estábamos equivocados.
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