En el icónico desfile de varios días con motivo del triunfo de la revolución, de Santiago de Cuba a La Habana, hubo tres figuras que destacaron por su carisma y conexión con la gente: Fidel Castro, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, este último un guajiro (campesino) auténtico que gozaba de amplia simpatía popular.
El nombramiento de Manuel Urrutia Lleó –un exmagistrado que tuvo el valor de desafiar a la dictadura de Batista con un fallo que ponía al desnudo los pocos escrúpulos democráticos de ese gobernante– como el primer Presidente de la era revolucionaria fue recibido con amplia aceptación por el pueblo, pues se advertía que los revolucionarios tenían la sana intención de cogobernar con sectores civiles de gran reconocimiento social.
En esa primera etapa, Fidel fungía como el gran comandante en jefe y padre de la revolución pero sin ningún cargo específico, algo así como lo fue, posteriormente, el ayatolá Jomeini en el momento del triunfal regreso de su exilio en Francia al Irán pos-Sha.
El Che fue nombrado ministro de Economía y presidente del Banco Central, actividades ajenas a su profesión de médico y en donde sorprendió al firmar los nuevos billetes simplemente con la grafía Che. Su fama creció cuando se celebró la conferencia de ministros en Punta del Este (Uruguay), en la cual Estados Unidos presentó su programa para las Américas con el nombre de ‘Alianza para el progreso’, basado en cambios estructurales en materias como reforma agraria, construcción masiva de vivienda y una política fiscal progresiva. La respuesta de Cuba, en boca del Che, fue la de proponer una alternativa de desarrollo con base en el modelo clásico aplicado en Inglaterra y otros países para acceder a una industrialización rápida.
Cuando se celebró la primera Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo (Unctad I), en Ginebra (Suiza), en la que participaron Raúl Prebisch, como secretario general de esa organización; Carlos Lleras Restrepo, como presidente de la delegación de Colombia, y el Che por Cuba, este emergió como el gran líder de un proceso revolucionario que se mostraba a los países del tercer mundo como el paradigma por seguir. Después es sabido que el Che emprendió su aventura guerrillera en Bolivia, en desarrollo del mandato mesiánico de una famosa conferencia intercontinental de convertir la cordillera de los Andes en la sierra Maestra de América, con el resultado conocido que, sin embargo, lo proyectó como el ícono de la revolución mundial.
En el caso de Camilo Cienfuegos, fue nombrado comandante del ejército y también fue el responsable de sacar adelante el proceso de reforma agraria, circunstancias que lo proyectaban como un líder con mucha fuerza y arraigo popular. Como era inevitable que en la conciencia popular Camilo emergiera como un émulo circunstancial de la figura de Castro, aquel aprovechó la coyuntura de un juego de béisbol entre altos dirigentes para decir que “contra Fidel, ni en el juego de béisbol”, con lo cual descartó ser incluido en el equipo contrario al de Fidel.
Sin embargo, pese a esa explícita declaración de lealtad con la revolución y su máximo líder, Camilo Cienfuegos desapareció de la escena pública en un famoso vuelo originado en Camagüey, en un avión Cesna, y nunca se supo qué les pasó a Camilo y a la nave, pues se perdió todo rastro y, hasta el día de hoy, el misterio sigue vigente. Por supuesto que, cuando sucedió ese desgraciado evento, hubo masivas manifestaciones de dolor y aprecio por la figura de Camilo, con grandes homenajes a su memoria por los altos mandos encabezados por Fidel.
Con otros dirigentes que acompañaron a Fidel en la lucha revolucionaria, el tratamiento fue menos escrupuloso para sacarlos del camino, como el caso de Hubert Mattos, con quien no hubo piedad en el trato sino una deliberada demostración de fuerza para recordar que no se toleraba discrepancia alguna de la línea política definida por el gran jefe.
Hombre en extremo vanidoso y gobernante ególatra, no vaciló en sacrificar a varias generaciones de su país en aventuras guerreras por países tan distantes como los de África, y en apoyar la acción de grupos subversivos en el vecindario, entre ellos los de Colombia, países en los cuales actuó como el gran peón de la Unión Soviética en tareas que esta no podía realizar directamente por razones de la ‘detente’ con Estados Unidos, pero que le granjearon simpatía y apoyo en las regiones afectadas.
Pese a su enorme carisma y personalidad arrolladora, Fidel Castro figurará en la historia más como un déspota tropical que como un hombre providencial. Y de la misma manera que en la antigua Unión Soviética se impuso la desestalinización, en Cuba más temprano que tarde se impondrá la ‘descastrización’.
AMADEO RODRÍGUEZ CASTILLA
Economista consultor