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Del dicho al hecho

La paz es mucho más que 300 páginas farragosas aprobadas a pupitrazo en el Congreso.

MAURICIO VARGAS
Una vez que el Congreso le dio pupitrazo al nuevo acuerdo de La Habana, el presidente Juan Manuel Santos se apresuró a anunciar que el jueves comenzaba la paz. Los hechos, siempre tozudos, se encargaron de desmentirlo. Ese mismo jueves, una niña de 6 años, de la comunidad embera de Virudó, en el Chocó, murió por el estallido de un balón bomba dejado por terroristas del Eln, de la misma banda Cimarrón que mantiene secuestrado al dirigente Odín Sánchez.
Más al sur, en el Cauca, la comunidad Puracé denunció el asesinato de dos mujeres, no se sabe si por guerrilleros o por una de las ‘bacrim’ que operan en la zona. Al otro lado del país, en Arauca, el bombeo del oleoducto Caño Limón-Coveñas fue suspendido por ataques del Eln. Y en el Caquetá surgieron nuevas denuncias contra las ‘bacrim’, que han segado la vida de varios dirigentes sociales. Entre tanto, en el Catatumbo, el Eln y otras ‘bacrim’ siguen matando campesinos en su afán de quedarse con el control de los narcocultivos, que han crecido una barbaridad.
Nadie podía esperar que la paz comenzara de golpe. Pero el Presidente así se lo vendió al país y al mundo. Y ese tipo de mensajes, que se mueven entre la ingenuidad y el cinismo, no ayudan a que la gente entienda la complejidad de lo que viene. Siempre he creído que sentarse a negociar con las Farc era la apuesta correcta, pues las derrotas militares sufridas por ese grupo alentaban la esperanza de una desmovilización efectiva del grueso de sus frentes. Por el camino, el Gobierno cedió mucho más de lo debido y el acuerdo se estrelló con el triunfo del No en el plebiscito.
A marchas forzadas, la mesa de La Habana sacó adelante un texto con indiscutibles mejoras. Pero ese acuerdo, por mucho pupitrazo en el Capitolio, es por ahora apenas un papel. Ojalá los guerrilleros queden pronto concentrados y empiecen a recibir los beneficios económicos para dejar las armas. Y ojalá que ese desarme, que supervisa la ONU, avance rápido. Es un gran aporte a la paz, pero no es la paz misma.
Las leyes que deben desarrollar los acuerdos irán al Congreso, y dudo mucho que a la hora de estudiar cada artículo, las cámaras los avalen sin debate. A diferencia del acuerdo general, esas leyes implican aterrizar asuntos económicos, sociales, agrarios y, sobre todo, de justicia, que pueden encontrar enemigos en el Congreso. Ya veremos.
Pero aun si para esas normas también hay pupitrazo, hacerlas realidad será mucho más difícil que votarlas. El padre Francisco de Roux, un indiscutible amigo del acuerdo, advirtió en estas páginas el jueves –el día que, según Santos, comenzaba la paz– que el proceso carece de un liderazgo claro y que, en vez de ser un propósito nacional unificador, “estamos a punto de reducir la paz con las Farc a simple tema de campaña presidencial”.
¿Puede haber paz cuando los cultivos de coca se triplicaron en cuestión de meses porque el Gobierno suspendió las fumigaciones sin ofrecer un plan alternativo de lucha contra este flagelo, que daña el ecosistema, empuja campesinos al delito y llena de dólares, armas y poder intimidatorio a las bandas criminales? ¿Puede haber paz cuando el Eln desarrolla un siniestro plan para copar algunas de las zonas que las Farc abandonan, y muchos guerrilleros se limitan a cambiar de brazalete, como me cuenta un empresario del Cauca, decenas de veces extorsionado?
No, señor Presidente, la paz no comenzó el jueves. Reconozco logros importantes y significativos en medio de los defectos del nuevo acuerdo de La Habana. Pero la construcción de la paz requiere mucho más que 300 páginas farragosas aprobadas a pupitrazo limpio en el Congreso. Requiere, entre otras cosas, como dice el padre De Roux, de un liderazgo claro que unifique y no que divida.
MAURICIO VARGAS
MAURICIO VARGAS
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