Cada día se sabe algo nuevo sobre el escándalo de pederastia en el fútbol inglés. Cada vez parece más claro que no se trata de horrendos casos aislados, sino de un gravísimo problema de fondo. Se recibieron 860 llamadas en una semana, una cifra escalofriante y sin precedente, después de la creación de una línea de atención para quienes fueron víctimas de abuso cuando eran niños en el mundo de los clubes. Se habla ahora de una práctica que viene desde los años 70. Y se cita el caso de cierto entrenador de las ligas inferiores, Barry Bennell, que durante un buen tiempo aprovechó su posición de autoridad para abusar de sus jugadores menores de edad. “Es mucho más duro denunciarlo en el mundo del fútbol”, aseguró a The Guardian una de sus víctimas, y quería denunciar de paso ese negocio, ese mundo en el que suele imperar la ley del silencio y suele ponerse en juego la hombría a cada paso.
Cada denuncia ha traído una denuncia nueva. Cada abusador señalado ha despertado la esperanza de las víctimas por un futuro en el que ellas sean capaces de pronunciar ante la sociedad la tragedia que vivieron y ninguna poderosa organización del planeta –ni entre las religiones, ni entre las multinacionales, ni entre las industrias del entretenimiento– se conceda a sí misma la función de hacer su propia justicia entre los suyos, y encubra a sus asociados como si el show, como si el partido, como si la misa debieran continuar.
El presidente de la Federación de Fútbol inglesa, que ha sido criticada por negar un problema que conoce desde hace ya varios años, no dudó en afirmar que esta es la peor crisis que recuerde.
Sin duda lo es. Porque no tiene perdón someter a un niño que entra al mundo del fútbol con la ilusión de encontrar una vida. Es una infamia que se siga utilizando como mampara y como coartada la enorme popularidad de ese deporte a la hora de cometer uno de los crímenes más despreciables que ha conocido el hombre. La denuncia, tarde, pero ha llegado, y, ya que la ley del silencio ha sido derogada de una buena vez, es tiempo de acabar con esa cultura sórdida y siniestra.
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