Si algo une hoy a los políticos y los medios audiovisuales, es el espectáculo. Una época que quiere poner todo a la vista, sociedad transparente, cuenta con sistemas notables de exhibición; poco a poco, los políticos fueron descubriendo que los medios son su propia casa, ya no la plaza pública, y de ahí el matrimonio de conveniencia.
No es extraño que los políticos se casen con modelos o presentadoras de TV, como lo vemos en Peña Nieto, Sarkozy o, el rey de todos, Berlusconi, en esa interdependencia entre medios, belleza y política. Trump hizo ver en campaña las bondades físicas de su mujer y modelo hasta quitarle toda importancia al hecho de que ella plagió un discurso, pues inteligencia es lo que menos necesitaba mostrar. Decía un analista (E. Berenguer) que “cuanto menos vale la palabra del político, más habla”. Al gran Fidel, que acaba de despedirse, se le reconoce que era capaz –sus áulicos lo dicen con orgullo– de hablar seguido durante 12 horas; ¿qué puede decirnos además de lo importante? Pero su discípulo Chávez vació de contenido a su maestro reemplazándolo por más palabrería, más gestos y más metáforas para los medios: “Ayer estuvo el diablo aquí, huele a azufre todavía”, dijo en la ONU refiriéndose al imperio. Pero la degradación continúa y hoy tenemos una mueca de ellos, Maduro, que ya ni habla, apenas grita. Que lo pasen por los medios, bravucón y macho, es suficiente.
Hay, pues, un encuentro entre política y medios y todo acaba formando parte del espectáculo. El triunfo de Trump se debe mucho a que los medios hablaron pésimo de él y mientras tanto crecía su imagen como el héroe que se opone a la prensa y, en consecuencia, a la institucionalidad. En el acuerdo de paz en Colombia, ‘Timochenko’ y sus compas estrenan cámaras: el jefe de la guerrilla, no sé si con ojos llorosos, pero cerca, dijo ante la TV que, por pobreza y respeto al medio ambiente, “sus combatientes remendaban sus trajes de campaña”. Ese mismo día, la Fiscalía le expropió a esa guerrilla tanta tierra como toda Bogotá. Aprende el comandante para qué sirven los medios.
Lo popular, entonces, ya no son las culturas tradicionales, sino la popularidad de los famosos, y los políticos rivalizan en la pantalla con los rock stars o con cualquier reina de belleza o crimen o accidente escandaloso.
Armando Silva
ciudadesimaginadas@gmail.com