¿Qué tienen en común la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el resultado del plebiscito por la paz en Colombia y el voto por la salida de la Gran Bretaña de la Comunidad Europea? La respuesta fácil es que ganaron los que se suponía, según expertos y encuestas, iban a perder gracias en gran parte a deliberadas campanas de desinformación y noticias falsas diseminadas en los medios de comunicación tradicionales, pero sobre todo a través del internet.
La otra respuesta es más complicada y tiene que ver con algoritmos y el inmenso poder de la falsedad digital.
La difusión de mensajes engañosos como parte de campañas electorales no es cosa nueva. Lo diferente esta vez es que, gracias a las redes sociales, las noticias falsas afectaron de tal manera los resultados electorales que se convirtieron en decisores políticos. Las instituciones tradicionales se preguntan consternadas qué diablos pasó.
El viejo adagio de que la mentira vuela mientras la verdad cojea detrás no sirve más para ilustrar lo ocurrido, porque implica que eventualmente la verdad va a llegar. En los casos mencionados no llegó.
Lo que sí llegó fue el internet, donde las noticias falsas son un virus hasta ahora incontenible. “¿Cómo hemos pasado de una época cuando el internet permitía esperar el florecimiento de la vida cívica, igualdad de acceso a la información, transparencia, periodismo ciudadano, democracia participativa, a una era de mentiras y manipulación donde el acceso a la informaciones es determinado más por algoritmos que por decisiones personales?”, pregunta el diario Le Monde en una columna reciente.
Entre los primeros culpables naturales aparecen grandes compañías electrónicas, como Google, Twitter y sobre todo Facebook, que posibilitan la difusión inmediata de noticias falsas entre millones de usuarios y que han sido particularmente lentas en producir los algoritmos necesarios que permitan bloquearlas.
La diseminación masiva de campañas de desinformación y de noticias fraudulentas a través de un medio que alcanza a más de 1.800 millones de personas globalmente como es Facebook es un problema grave. En Birmania ha contribuido a exacerbar la violencia étnica y, como en Estados Unidos, ha afectado elecciones en Indonesia y Filipinas. De acuerdo con un estudio del Instituto Pew, entre el 40 y el 44 por ciento de usuarios en Europa y Estados Unidos obtienen su información de Facebook.
Al final, con o sin algoritmos que permitan controlar la información engañosa, cada uno cree lo que desea creer. Ahora sabemos que un gran número de colombianos, estadounidenses y británicos escogió creer grandes mentiras. Pero esas mentiras están tan enredadas en los resultados que provocaron que es imposible separarlas porque hasta la comprobación científica de los hechos se ha vuelto sospechosa.
Millones de personas en el mundo han decidido creer, por ejemplo, que no hay calentamiento global; millones más creen que el Sol gira alrededor de la Tierra. Su convencimiento los lleva a ignorar los estudios científicos que prueban lo contrario. Porque en nuestra época de “realidades” digitales, ¿quién conoce la verdad? Los hechos se vuelven relativos dependiendo de la afiliación a uno u otro grupo en las redes sociales.
Lo que sí sabemos es que las encuestas se equivocan, los políticos mienten, los candidatos mienten, los gobernantes mienten, los medios tradicionales de comunicación repiten mentiras y el internet es terreno abonado para producirlas. La verdad ha sido secuestrada y amañada.
¿Conclusión? Como decían las abuelitas que no conocieron el poderoso internet: “es mejor no creerle a nadie”.
Cecilia Rodríguez