Una significativa coincidencia. En el tan urgente día D con el que arranca la implementación del nuevo acuerdo de paz –luego de recibir un contundente apoyo político del Congreso–, los integrantes de la Mesa de Diálogo y Negociación, tanto los representantes del Gobierno como los voceros de las Farc, reciben el Premio Nacional de Paz 2016 por haber desarrollado una negociación innovadora, centrada en las víctimas y en los problemas que han nutrido más de medio siglo de guerra, y por definir una ruta precisa para ponerle fin.
Ese reconocimiento se hace aún más meritorio cuando los integrantes de la mesa del Gobierno y las Farc tuvieron el coraje de sentarse de nuevo a procesar las propuestas de quienes se reclamaron voceros del No. En un tiempo récord de 41 días de trabajo sin descanso, lograron incorporar 56 de los 57 temas propuestos por sus críticos y atendieron la extrema urgencia de que los guerrilleros –inmovilizados a mitad de camino en una peligrosa incertidumbre– continúen avanzando hacia sus sitios de concentración, dejen las armas y preparen sus alternativas de vida y acción política sin violencia.
Un reconocimiento especial otorgó el jurado a la población de Bojayá por el generoso corazón que ha demostrado al acoger la petición de perdón de las Farc, a pesar de haber sido víctima de su horrenda insania. Las gentes humildes de ese pequeño pueblo chocoano se han convertido así en el luminoso faro que le señala al país el camino del perdón, la reconciliación y la paz.
En consonancia con esos reconocimientos, los patrocinadores del premio eligieron al profesor Gonzalo Sánchez por el liderazgo ejercido en favor de la paz. Gonzalo ha consagrado su vida al análisis de la violencia y, desde el Centro de Memoria Histórica, ha contribuido decisivamente a que podamos recuperar el rostro de los compatriotas vilmente asesinados o desaparecidos y escuchemos la voz de las víctimas por tantos años acallada, les reconozcamos el derecho a la verdad, la dignificación y reparación integral, y a promover una cultura de no impunidad y defensa de los derechos humanos por la que Colombia jamás reincida en desvíos semejantes.
Muy justo fue que en la entrega del premio se aplaudiera también a todos aquellos colombianos (en especial jóvenes, víctimas, indígenas, afrodescendientes) que, desde el 3 de octubre, convocaron tanto a votantes por el Sí y por el No como a los abstencionistas a marchar en distintas ciudades del país y en diversos lugares del mundo a favor de un pronto arreglo, y a quienes acamparon durante más de cuarenta días y noches en medio de incomodidades, pues con su pacífica presencia contribuyeron a impulsar el nuevo acuerdo. Hay que celebrar que esa acción ciudadana ejerció una veeduría de la votación del aval al nuevo acuerdo en el Congreso y promete rodear de apoyo su implementación.
La presión ciudadana seguirá siendo decisiva para neutralizar las maniobras de quienes subordinan el logro de la paz a mezquinos cálculos electorales y nos exponen así a que una prolongación indefinida de las negociaciones nos lleve de nuevo al borde de la guerra, lance a los guerrilleros a las redes criminales o sabotee los procesos de restitución de tierras y el saneamiento de los problemas agrarios y de drogas. La presión es además urgente para impedir la violencia contra las mujeres y la población LGBTI, y el asesinato de líderes sociales, defensores de derechos humanos y miembros de Marcha Patriótica.
Los muy merecidos aplausos otorgados a los gestores de los acuerdos deben transformarse ahora en un efectivo respaldo ciudadano a todos aquellos que trabajarán en todos los rincones del país en la consolidación del mayor sueño y necesidad nacional: la paz.
Socorro Ramírez