El pasado 25 de noviembre, esta maestra de preescolar en el jardín infantil Candelaria la Nueva, en la localidad de Ciudad Bolívar, se graduó como máster en Psicopedagogía de la Universidad de La Rioja, en España, un título que la llena de satisfacción por la cuota de sacrificio que implicó.
A sus 33 años tenía que cumplir con las obligaciones de cualquier madre soltera y asumir una exigente carga académica. “Justo cuando decidí hacer la especialización y la maestría estaba separada, así que tenía que ser muy disciplinada para que el tiempo me alcanzara para estudiar sin sacrificar mi trabajo en el jardín, ni el tiempo con mis hijas. No fue fácil”, recuerda.
Los frutos se vieron rápidamente. Desde hace dos años, Diana es una de las 593 maestras que se desempeñan en los jardines de la Secretaría de Integración Social, con el objetivo de mejorar la calidad de la educación en la primera infancia.
“Antes trabajaba por prestación de servicios, en ocasiones no me pagaban a tiempo y vivía con la zozobra de que no me renovaran el contrato de trabajo. Pero desde que trabajo con el Distrito siento que valoran mi trabajo como profesora, nos capacitamos constantemente y recibo un salario mensual que incluso me ha permitido financiar mi educación”.
Gracias a su maestría, la profe Diana, como es conocida en el barrio Candelaria La Nueva, convirtió el jardín donde trabaja en un laboratorio de transformación social. “Recibimos niños de estratos 1 y 2, donde la escasez económica es el común denominador, y aun en esas circunstancias muchos padres están pendientes de sus hijos, pero en otros casos los acudientes tienen problemas más complejos, como el abandono de sus parejas, adicción o condenas en cárceles, que terminan provocando el olvido de sus hijos”, explica la licenciada en preescolar.
Entonces, durante tres meses desarrolló un taller para padres que, lejos de enfocarse en recriminar sobre errores frecuentes en la crianza, se convirtió en un espacio para compartir los problemas cotidianos y encontrar soluciones prácticas. “Aprendimos que un abrazo llena más que un juguete. Así fue posible motivar a muchas madres cabeza de familia a emprender pequeños negocios con lo que les gusta hacer, y convencer a una mamá de no abandonar a sus hijos; hoy, ella vende ensaladas en el barrio”.
Con los niños de su clase, Diana pone en práctica el aprendizaje de conceptos básicos con juegos y experimentos que trasladan a los menores a otros entornos, sin salir del jardín. “Organizamos un día de campo; los niños fueron vestidos de granjeros, hicimos un corral y una vaca de tamaño real con cartón, la instalamos en el parque del jardín y hasta la ordeñaron uno por uno, con guantes de cirugía y leche de verdad”, relata.
Con juegos, también incentiva el amor propio de niños que tienen problemas de conducta por causa del abandono en sus hogares: “Este año recibí a un niño de 5 años que había sido rechazado por sus padres y abuelos y tenía conductas agresivas. Le hice su propio baúl de tesoros y cuando se portaba bien, lo compensaba con un tesoro del baúl; fue duro porque tenía que trabajar con él sin descuidar a los otros niños que tenía a cargo, pero con el tiempo hasta su abuela empezó a notarlo menos problemático, porque lo hicimos sentir importante”.
Para el cierre de la jornada escolar de este año, la licenciada en educación preescolar organizó una carrera de obstáculos a la que acudieron en vestido de baño: “Tenían que explotar bolsas llenas de agua o harina, pasar por una piscina de pelotas y un rodadero con jabón; ellos disfrutaron esa actividad como si estuvieran de paseo en clima cálido; no puedo olvidar la cara de emoción de mi alumno, cumplió los retos con una vitalidad que antes no tenía y respetó el turno de los demás. Así terminó su año de prejardín el niño que antes catalogaban como un problema”, concluye Moreno con la emoción que transmiten quienes disfrutan lo que hacen.
Se omite el nombre por petición de la fuente.
BOGOTÁ