Fue una noticia dolorosísima e indignante a más no poder, en esta semana llena de tragedias. Sucedió en Buga, Valle del Cauca. Hace cuatro semanas, Dora Lilia Gálvez fue violada, quemada, empalada y abandonada en la misma casa vacía que había estado pintando para ganarse unos pesos de más. Y murió de un infarto hace dos días, luego de una dramática lucha en la unidad de cuidados intensivos del hospital San José, donde afrontó seis cirugías, rodeada por una familia que siempre la quiso, porque fue solidaria y noble con todos sus miembros. Ella había cumplido apenas 43 años. Tenía un hijo, que fue quien la encontró después de una búsqueda angustiosa el pasado sábado 6 de noviembre.
Se trata de un horrendo feminicidio más en una larga lista que es prueba de lo lejos que se encuentra este país de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres; lo lejos que se halla esta sociedad de conseguir que matar a una mujer por el hecho de ser mujer –por el hecho de no ser mujer, como los machistas pretenden que lo sean– constituya delito imposible e impensable. Por supuesto, son fundamentales las campañas de sensibilización, las estrategias ingeniosas como aquella línea de atención a los celosos que, a principios de esta década, logró disminuir la violencia en Barrancabermeja, la ley sancionada el año pasado que obliga a los jueces a enfrentar estos episodios como casos específicos.
Pero lo cierto es que la inaceptable violencia contra ellas debe volverse prioridad, porque nada está bien en un país que permite estos atropellos. Todos los colombianos no solo deben hacerse la pregunta de por qué a estas alturas de la historia –conseguida una legislación que garantiza la igualdad de las mujeres– sigue tratándose a la mitad de la población colombiana de semejante manera, sino que deben hacerle frente al problema. Sobre todo con justicia, porque la impunidad, que ahonda el dolor, no puede reinar. Justicia para Dora Lilia Gálvez, víctima de un psicópata que debe ser hallado y juzgado. Justicia y conciencia, porque ella es también la víctima de una sociedad que permite su horror.
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