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Carta abierta para los que se creen moralmente superiores

REVISTA BOCAS
El mundo está claramente dividido. El Brexit, Trump, el plebiscito por la paz el pasado mes de octubre, las religiones. Tal vez siempre ha estado así. Desde tiempos inmemorables unos han jalado para un lado y otros para otro. Sin duda. Lo que pasa hoy en día es que estamos más informados: noticias desde el lugar de los hechos, actualizaciones en Internet, radio prendido a todas horas. Y las redes sociales. Armas de doble filo. Facebook, Twitter y hasta Instagram (que no es política, pero que a la luz de los últimos acontecimientos ha cambiado su tono) nos han dado la oportunidad de decir lo que pensamos en el momento en que lo pensamos, sin filtro, buscando ser irreverentes, buscando audiencia y, tal vez sin darnos cuenta, polarizando. No hay mejor tribuna para demostrar que somos más inteligentes, que nos creemos mejores que el otro, que sabemos más del tema de moda. Y este discurso soberbio ahora también hace parte del día a día: en conversaciones por Whatsapp o la mesa del comedor, en la manera en que por los pasillos hablamos de quienes no pensaron como nosotros en las urnas.
¿Cree que no le pasa? ¿Se siente por fuera de ese círculo vicioso de desprecio y superioridad? Repasemos algunos casos para darnos cuenta de cómo este bullying indirecto se ha vuelto parte del lenguaje de todos y nos aleja de un debate serio en el que se intercambien ideas y no etiquetas tendenciosas.
“Brutos”, “iletrados”, “ignorantes” y hasta “retrasados” (por no publicar palabras de más alto calibre) han llamado a quienes votaron NO en el plebiscito por el acuerdo de paz del pasado octubre. ¿Han pensado en que muchos sí leyeron el acuerdo? ¿Se han puesto en la tarea de preguntarles por sus razones por su voto?
“Terroristas”, “arrodillados”, “bobos”, “mamertos”, entre otros, llamaron a quienes votaron por el SÍ en el plebiscito, tratándolos como niños optimistas que no saben lo que hacen. ¿El que grite más fuerte es el que gana?
A quienes apoyan a Peñalosa, y al mismo Peñalosa, los tildan de “gomelos”, y hasta ahí llega la conversación.
A los que algo le creen a Santos los tratan de “enmermelados”, de “oligarcas”, de “castrochavistas”.
“Uribista” se convirtió en un insulto, tal vez el peor de todos. Tanto que los adjetivos han degenerado en “uribeño” y “uribestia”.
Ahora resulta muy fácil señalar de “guerrillero” y, claro, “castrochavista”, a cualquier simpatizante de izquierda, al que se ponga una mochila arhuaca o, incluso, al que diga que la educación debería ser gratuita.
Desde las religiones y sus púlpitos llaman “anormales” a todos los que están por fuera de lo que les indican sus creencias. Atacan a la comunidad LGBTI, y les dicen “retorcidos”.
Y el descreído señala al religioso de “mojigato”, “beato” e “hipócrita”. Sin más.
Y el reguetonero le dice “satánico” al metalero; y el rockero le dice “lobo” al bachatero; y el salsero le dice “chabacano” al vallenatero... Y así.
Y ni hablar de los insultos machistas. ¿No les parece que indica superioridad moral cuando alguien llama “perra” a una mujer?
Hemos llegado a extremos increíbles. “Asesinos” llaman los vegetarianos a los carnívoros. Los que comen carne les dicen “desabridos”, “insulsos”, “jartos” y, de nuevo, “mamertos” a los vegetarianos y veganos.
La ensayista y poeta estadounidense, Mary Karr, escribió un texto para The New Yorker sobre el lenguaje que usó Trump en su campaña. Lo definió como “el feroz lenguaje del ultraje”. Cuando el candidato le gritaba “Wrong, wrong” (Mal, mal) a Clinton, no le apuntaba a que lo que dijera estuviera errado, sino que ella y todo lo que ella significa está mal. Lo mismo hacemos cuando insultamos y no permitimos que el otro se explique y debata. ¿Cuántas veces vamos a terminar una conversación así, ¡mamerto!, ¡uribestia!, ¡castrochavista…!?
Atentamente,
BOCAS
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EDICIÓN 58 - NOVIEMBRE 2016
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