Cuando el Cerro Gordo se comió, literalmente, el avión de LaMia y las 72 vidas, incluyendo la de buena parte del plantel del Chapecoense, las alarmas de la solidaridad, que los colombianos parecemos tener muy activas debido a que tenemos un cuero duro para soportar las tragedias, volvieron a dispararse.
Y no es que en Colombia estemos acostumbrados a estas cosas. Por el contrario, no nos gusta que pasen, no nos gusta el dolor, ni propio ni ajeno. Pero nos han pasado muchas cosas: desastres naturales, una violencia de muchas décadas que en los últimos meses parece haber cedido con un proceso de paz imperfecto, pero que al menos existe. Por eso tenemos la capacidad para soportar el dolor y ayudar a que otros no lo sufran.
Muy pocas veces las redes sociales tienen tanta actividad en Colombia después de las 10 de la noche, como la que hubo en ese remate de la noche del 28 de noviembre y la madrugada del 29. Muchos de nosotros estuvimos pegados a la vieja escuela, la de la radio, que era la que nos mantenía informados, cuando niños, de los males que nos aquejaban y de cómo enterarnos de quién nos podría ayudar.
Y con esa base, comenzaron las cadenas de mensajes en Twitter, en Facebook, en WhatsApp, para tratar de conseguir lo que se necesitaba. Incluso con algo de irresponsabilidad, todo hay que decirlo: en algún momento se filtró en las redes que se necesitaban vehículos 4x4 para acceder a la zona del accidente. Llegaron tantos que hubo necesidad de poner a rodar la bola otra vez, que ya no eran necesarias, porque terminaron congestionando las carreteras de acceso.
Los medios de comunicación colombianos nos convertimos, una vez más, en centro de información para el resto del mundo. Pero también hubo colegas que asumieron otros papeles. Como David Blandón, un joven estudiante de sexto semestre de comunicación social, que trabaja como camarógrafo en un portal llamado MiOriente.com. Conocedor de la zona, llegó con su cámara y un celular a seguir la información. Hasta que escuchó que en el accidente podía haber muertos. Apagó y guardó la cámara, se puso unos guantes y terminó como un socorrista más.
Y si hacía falta ayuda física, la espiritual tampoco faltó. A tal punto que llegó a unir hinchadas irreconciliables. Barristas de Nacional, Millonarios y Santa Fe terminaron unidos (no todos), orando, para hacerles un homenaje a los caídos, en especial a los jugadores del Chapecoense, reunidos en el Parque de la 93, tradicional sitio cultural y de fiesta en Bogotá. Lo mismo hicieron otros fanáticos en los alrededores del estadio El Campín.
Y a la hora del primer partido de la final estaba planeado un homenaje en el Atanasio Girardot, la cancha en la que Chapecoense debería estar enfrentando a Nacional.
Los colombianos estamos acostumbrados a resistir el dolor. Por eso es que la solidaridad suele aparecer siempre en estos momentos. Es apenas una muestra de reciprocidad de toda la ayuda que hemos recibido en nuestras tragedias.
El torneo de Ascencio...
*Publicada originalmente en el Diario O Globo
JOSÉ ORLANDO ASCENCIO
Subeditor de Deportes
@josasc