“En un gigantesco cementerio”, como dijo ante el Consejo de Seguridad el subsecretario general para Asuntos Humanitarios de la ONU, Stephen O’Brien, podría quedar convertida Alepo si no se consigue proteger a los civiles o tener acceso a la parte sitiada del este de la ciudad siria.
A ese nivel de tragedia y de barbarie está llegando la situación en esta localidad, antes conocida como la ciudad industrial del país, pero ahora sumida en una brutal guerra en la que las fuerzas del ejército sirio de Bashar al Asad y sus aliados de las milicias iraníes y los bombardeos rusos buscan exterminar a los rebeldes que resisten en este sector de Alepo, en donde la vida de más de 250.000 personas está en riesgo si no se consigue un alivio humanitario urgente.
Ya son comunes las escenas de los residentes del sector este hurgando entre la basura en busca de sobras de comida, pues las reservas se acabaron desde el pasado 13 de noviembre. También, los hospitales, que no pueden funcionar porque han sido bombardeados, y las familias enteras que intentan, bajo el silbido de las balas, huir hacia otras áreas de la ciudad controladas ya por el régimen.
Según cálculos de la ONU, desde el sábado han salido unas 25.000 personas de esa zona de Alepo, aunque cálculos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos ubican esa cifra en 50.000. Más aún, desde el inicio de la ofensiva el pasado 15 de noviembre, unas 300 personas han muerto por los ataques de las fuerzas del ejército, mientras que unos 48 civiles han perdido la vida como resultado de los disparos de los rebeldes hacia los barrios bajo control del Gobierno. Se estima que una tercera parte del este de la ciudad ya está controlada por los hombres de Al Asad.
Por eso, cuando se dice que Alepo podría ser la mayor tragedia desde la de Srebrenica, en Bosnia (1995), o el genocidio en Ruanda (1994), no se está exagerando. Los habitantes del este de la ciudad no tienen muchas alternativas: o mueren de hambre o aplastados por los muros de sus viviendas, que se desploman por los disparos de artillería, o huyen. Por eso, el presidente del Consejo local está suplicando desde hace varios días que se permita establecer un corredor de seguridad para que las familias puedan evacuar la zona sin peligro: “Dejen salir a los civiles, protéjanlos”, clamó en entrevista con el canciller francés, Jean-Marc Ayrault. Ya van más de 300.000 muertos en Siria desde que estalló la guerra a principios del 2011.
De hecho, España, Egipto y Nueva Zelanda hicieron circular ayer un proyecto de resolución en el Consejo de Seguridad con el fin de que haya una tregua de 10 días para la ciudad, pero Rusia se atravesó diciendo que podría usar su derecho al veto si llegaba a votarse. Y también se planteaba ayer en la reunión un plan de protección y evacuación de los civiles atrapados que ya contaba con la aprobación de la oposición al régimen. Faltaba, por supuesto, la del régimen sirio, algo que se asume bastante lejano, pues ven en este momento la posibilidad de aniquilar cualquier brote rebelde en Alepo, un botín de guerra soñado para ellos que ni los lamentos de miles de civiles, ni las súplicas ni la impotencia de Occidente parecen hacer que cambie.
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