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Tres historias de mujeres jóvenes que deben vivir con el VIH

Este jueves se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el Sida.

RONNY SUÁREZ
La transición de las niñas hacia la edad adulta se convirtió en el momento más peligroso para adquirir el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH). Tanto, que las jóvenes son en este momento las principales víctimas de esta enfermedad en el mundo.
Cifras reveladas por el capítulo en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para este mal así lo indican: en el 2015, 390.000 mujeres entre los 15 y los 24 años adquirieron el virus en el planeta. Unas 7.500 personas de esta población por semana.
En el informe de la ONU, publicado como parte de las actividades del día mundial contra esta enfermedad, que se celebra este jueves, se evidencia que factores como las desigualdades de género, el acceso insuficiente a los servicios de salud, la pobreza, la inseguridad alimentaria y la violencia son los agravantes.
Aunque esos datos globales se deben principalmente a una crisis del virus en el África subsahariana, donde las niñas entre 15 y 19 años representaban el 90 por ciento de las nuevas pacientes con esta condición, las cifras locales también dan cuenta de una seria afectación en las poblaciones jóvenes.
Según el Sistema de Vigilancia en Salud Pública (Sivigila) de Bogotá, en los primeros seis meses del 2016 se registraron 1.687 casos confirmados de VIH, 35 por ciento más que ese mismo periodo del 2015. Si se desmenuzan las cifras, los grupos de edades entre los 15 y los 29 años representan el 45,7 por ciento del total de nuevos portadores.
(Conozca el especial: Mi vida con VIH / SIDA)
‘Mi primer novio me transmitió el virus’
El primer y único hombre con el que esta joven asegura haber estado fue quien le transmitió el VIH hace ya 10 años, cuando estaba aún en el colegio.
Del momento exacto de la transmisión recuerda que fue a los 18 años. No da más detalles. Prefiere no hablar mucho de ella, de lo que hace, ni de quién fue su primer novio. Se refiere con menos timidez y reserva al momento en que conoció el diagnóstico, a sus 20 años, en medio de los exámenes que le practicaban para tratar otra enfermedad que padecía.
Su primera reacción al saber que tenía VIH, afirma, fue tratar de negar la realidad. “Uno piensa que no le va a pasar, que este mal está lejos de uno, sobre todo porque era mi primer novio quien me contagió”. Después de sobrevivir ocho años, habla con propiedad del VIH, de los tratamientos que le han ofrecido calidad de vida y de la amenaza latente que lleva dentro.
De su condición solo saben sus papás y sus hermanas, personas que nunca la han juzgado y la acompañan en sus nuevas rutinas.
Cada día debe tomar tres píldoras a horas exactas; cada mes debe buscar en centros de salud esas medicinas y cada seis meses tiene que hacerse revisar el estado de la carga viral en su sangre. “Uno le coge el ritmo”, asegura.
Salvo un temor natural a la hora de conseguir trabajo, su vida no ha cambiado mucho. Trata de asistir a fundaciones donde intercambia experiencias con otros pacientes y no descarta tener hijos.
“Quienes tenemos VIH amamos y queremos también. Por abrazar y besar no vamos a transmitir la enfermedad”, dice con énfasis.
“A las jóvenes como yo les puedo decir que no se confíen de nadie. Así sus parejas tengan una cara hermosa, uno debe protegerse siempre no solo por un embarazo, sino por enfermedades como ésta”, aconseja.
‘El VIH ya me dejó viuda’
Esta joven, de apenas 23 años, ya es viuda. Su pareja, un hombre cinco años mayor, oriundo de Barbacoas (Nariño), falleció el año pasado por una neumonía causada por el VIH. La dejó con tres hijos, una finca que trabajar para subsistir en una vereda de El Tambo (Cauca) y una enfermedad incurable que atender en una región apartada del país.
El día que concedió esta entrevista telefónica estaba de cumpleaños y poco respondió sobre alguna posibilidad de celebrar. Su voz denota madurez y cierta resignación. Narra con frialdad que hace cuatro años les diagnosticaron a ella y a su difunto novio el virus. “Era un hombre andariego y me pegó el VIH. La relación con él trató de seguir normal, pero las cosas cambian, se perdió la confianza y el respeto”, manifiesta.
Por fortuna sucedió cuando ya tenía dos hijas, y la tercera, que nació después, no resultó portadora.
Detalla cómo cambió su vida. Hace dos años recibe tratamiento médico y eso le implica desplazarse mes a mes a Popayán, la capital del departamento. Cuenta que ha sido complicado porque es alérgica a varios medicamentos y ha debido quedarse hospitalizada varias veces. Así y todo, su carga viral permanece en niveles mínimos y siente que vive bien.
“Sentimentalmente me cambió mucho la vida; ahora salgo menos con mis amigas y pienso poco en tener pareja”, agrega. Sobre su condición saben los residentes de su vereda y dice que no le importa. “No me afecta que se sepa, para mí es normal. A cualquiera le puede pasar”, apunta.
Por eso, cada vez que habla de su caso llama la atención sobre la necesidad de protegerse. “Es muy duro mientras uno se acostumbra, pero hay que seguir adelante porque uno qué más hace”, concluye.
Con el virus a los 14 años
Cuando tenía 14 años y esperaba su segundo hijo, descubrió que tenía VIH. Es cruda en su relato. Un hombre vinculado a grupos armados en Córdoba, el mismo que la embarazó y luego la amenazó de muerte, le transmitió el virus. “Era una niña y no sabía con quién me estaba metiendo, me enredó”, dice hoy a sus 26 años.
Su diagnóstico escandalizó al municipio de Canalete, donde nació, creció y de donde tuvo que huir: por vergüenza con su familia, por temor y por buscar una oportunidad. Encontró refugio en Bogotá con una niña de brazos, un pequeño en el vientre y su VIH. Fue acogida por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), que la acompañó en el parto y le ayudó con las atenciones médicas; pero, una vez descartada la transmisión al recién nacido, la entidad se quedó con la tutela de los niños.
A ella la enviaron a una fundación para pacientes en Cali. No se amañó. Dice que solo pensaba en sus hijos y que en ese momento de su vida su condición estaba en un segundo plano.
Lleva cinco años con su actual pareja, quien conoce de su diagnóstico y ha sostenido relaciones sin protección, pero no ha adquirido el virus. “Estoy estable con mi tratamiento, me tomo las pastillas y ya. Siento que tengo controlada mi enfermedad”.
Reconoce que sufre de algunos efectos secundarios por la medicina. Son frecuentes los mareos y las náuseas. Pero lleva una pena mayor y es la ausencia de sus hijos, aun en custodia del Bienestar Familiar. “Solo espero que cumplan 18 años para poder darles lo que no he podido”, dice entre lágrimas.
Por lo pronto, ya se matriculó para validar el bachillerato que nunca pudo terminar y después sueña con estudiar contaduría. También quiere empezar a buscar acompañamiento psicológico para superar el pasado que tanto le duele recordar.
RONNY SUÁREZ
Periodista de Salud en EL TIEMPO
RONNY SUÁREZ
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